miércoles, 30 de diciembre de 2009

Un Cristo


Tengo un hombre crucificado en el pecho; se incrusta por mi piel mientras sus labios me lamen la garganta y su mirada se me clava como cuchillos en la tráquea. Los brazos me aprietan las clavículas hasta verlas estallar; y las manos se sostienen de mis hombros que ya no aguantan el peso y se quieren desplomar como lo hicieron alguna vez mis pensamientos.
Las piernas se cruzan y los pies se atan a mi estómago reteniendo todas las palabras que quisiera vomitar. Su cuerpo me sangra por dentro, me envenena y me destiñe las entrañas. Sus palabras me viven, me acompañan hasta hartarme, hasta creer que ya no respiro si no lo tengo.
Y aunque duela, aunque marchite y enloquezca, aunque me haga vibrar y llorar con la misma intensidad no me lo puedo quitar, no lo quiero quitar.
Muchas tenemos un hombre crucificado en el medio del pecho que nos empuja o nos detiene, que nos asusta, nos corroe y nos miente; que –creemos- son otros huesos envueltos con nuestras propias pieles, pero que no son más que nuestros propios pensamientos masoquistas que, muchas veces, nos inventamos sólo para sentirnos cruelmente vivas.

lunes, 16 de noviembre de 2009

Lugares

Hay lugares a los que, aunque se quiera, no se vuelve. No puedo volver a tu risa, ni a tus manos; ni siquiera puedo volver a tu mirada; sería quedarme estancada en el tiempo; perderme en los pasillos angostos de recuerdos que lastiman.
Hay lugares a los que debería estar prohibido volver, lugares como tus besos, que se encargan de disimular la fugacidad del tiempo pero que disfrutan dejarme tu sabor en los labios que, cuando te alejas, se vuelve amargo. Debería estar prohibido volver a tu recuerdo, esa porción de infierno que alguna vez, creí, fue cielo.
Hay otros lugares que hubiese preferido jamás conocer, y esa tierra de nadie que hubiese elegido nunca ver, –aunque me cueste reconocerlo- es tu cuerpo.

sábado, 7 de noviembre de 2009

Hoy: gracias.

No supe darme cuenta, estaba encaprichada con una onírica realidad que sólo sabia lastimarme. Quizás no quise darme cuenta, las respuestas y las sonrisas estaban –incluso- antes de la vuelta de la esquina.
Pero hoy encontré una respuesta a tantas preguntas, una sola, ni siquiera son frases que se mezclan, es una sola palabra y sos vos. Hoy la lluvia me acercó a tus manos húmedas, mientras tu sonrisa empapada me desnudaba el corazón.
Hoy entendí que nuestros tiempos eran distintos y por eso nunca antes nos habíamos encontrado, aunque ya nos conocíamos. Y hoy te digo gracias, porque me salvaste de la cárcel de mi mente, en un pestañeo tus labios se encargaron de derrumbar el techo que tapaba el sol. Y entre palabras y silencios descubrí, quizás por hoy, que siempre te tuve dentro.

miércoles, 7 de octubre de 2009

La diferencia




Quisiera que me expliques qué es esto de despertarse sin siquiera haber estado dormida. Decíme cómo logro entender que por efímeros segundos tuve tu sabor y hoy ni siquiera tengo tus palabras.
Me marean los días, pero mucho más me desconciertan los silencios. Tuyos, míos. Porque este silencio inquietante no es más que la espera desesperada de una de tus palabras.
Tu distante presencia no es más que una amarga y crónica ausencia que se encarga de teñirme la mirada de gris, como si mis ojos fueran a desgranarse en una lluvia incesante de gotas dolorosas que viajan desde el rostro hasta el duro piso.
Anoche casi volví a caer, creo que hasta tuve ganas de forjar el destino y amasar con mis manos algún encuentro –cuasi- fortuito. Pero, sólo a veces, los momentos no se dejan amoldar para luego querer ser pisoteados.
El destino y el encuentro se me escurrieron por el bolsillo roto de algún saco viejo. De todos modos, seguí caminado mientras los relojes gritaban que era tarde, que la ciudad estaba desierta y el cielo amenazaba con llorar. Caminaba y me reía como si hubiese estado respirando dentro de tu boca y volví a sentir cosquillas en la panza, aunque había una gran diferencia: ayer no estabas. Y hoy tampoco.

lunes, 14 de septiembre de 2009

BASTA.



Yo no quería volver, pero volví. Yo no quería caer, pero caí. Yo no quería que vuelvas a calar hondo en mis entrañas. Pero otra vez tuve que tragarme todas las promesas, todas las palabras. Siempre es una vez más, y se repite la misma vieja historia.
A veces me pregunto, acaso cinco años no fueron suficientes para entender que me devoras la razón, que lo único que consigo al final del día es arrancarme una lágrima tras otra.
¿Por qué si en tantos inviernos no pudiste abrigarme el corazón creo que cuando llegue la primavera vas a salvarme del dolor?
Y quizás no llore por vos, sino por mí. Porque sigo censurando mis sentimientos, sigo estancada en el tiempo, en una historia que no avanza. Es como si una y otra vez estuviera en mis 15 otoños, en esa sala de espera y te viera llegar. Sigo en el tiempo, estática, como si los días y los años no pasaran, como si ésta vez todo fuese a cambiar. Y no, no sabes cuánto duele estar entre mi piel, porque aunque estés, no lo sabes.
Cinco años, y creo que, ahora, hasta me río. Pero me río porque me cansé de llorar, porque me harté de preguntarme una y otra vez por qué, pero no, no me puedo responder. Quizás sea muy temprano, o quizás ya es muy tarde.
¿Cómo pude sobrevivir durante tanto tiempo?, ni yo me lo creo. Si meses atrás algún pajarito con la mirada perdida me hubiese contado lo que vendría después, quizás no lo hubiese creído.
Pero acá estoy, viva. Viva para contármelo una y otra vez, para sufrirlo, para revivir esos trozos de momentos que me hicieron tener una sonrisa enorme, y una risa permanente puertas para adentro.
Esos poquísimos días eras otro, estabas distinto, ya no eras el extraño conocido, ya no eras el extraño, eras esa porción de mundo que siempre quise conocer y que, parecía, la conocía hace una vida entera.
Y tus labios, tus labios se movían pero yo no entendía; nunca entiendo nada. Ahora lo sabes, soy bastante inocente y estoy, la mayor parte del tiempo, en algún otro lugar. Pero tus labios se seguían moviendo, primero distantes mientras tu voz se mezclaba con la música, después más cerca, pero yo seguía sin entender.
Seguí sin entender hasta que callaste cada uno de mis fantasmas, hasta que sentí que cinco años valieron la pena para vivir ese momento. Ese beso fue el primer beso de una eterna adolescente que vive en una habitación empapelada de recuerdos no vividos. Ese beso fue el que volvió a encender una ilusión, y fue el mismo que me hundió.
Esos días fueron distintos, distintos pero preciosos. Todos esos días tenían otro sabor, la amargura se había escapado y me llené de sonrisas y sueños, de lo gracioso de tu voz.
Esos días te quise pedir que te quedes así para siempre, cantando o silbando bajito, con tus manos en mi espalda, contándome los cuentos de la ciudad. Te quise pedir que te quedes así para siempre, que nada comience, porque lo que comienza, termina.
Quizás es por eso que siempre preferí tenerte lejos, porque lo que jamás comienza, jamás puede terminar, y recién ahora digiero el sentimiento de desilusión; recién ahora entiendo que llorar no te trae de nuevo, que aunque estés a pasos, no estás cerca porque, aunque me digas que sí, hay cosas que NO se pueden rever.

miércoles, 29 de julio de 2009

Palabras, palabras, palabras.




Comenzar se hace cada vez más difícil. A veces porque pienso contar suspiros ajenos, como si aquella de las historias y yo no fuésemos la misma. Otras veces porque, como dicen algunos, la calma antecede al huracán; entonces las noches son apacibles y sobrevivo sin sollozos en la madrugada fría antes que se desate la tormenta. Y no, no siento la necesidad de aplastarme el corazón contra un papel y agujerearlo con la birome hasta que sangre. Y algunas (¿muchas?) veces, porque no sé si estoy estrujando un recuerdo o un sentimiento.
Pero ésta es una de las noches en las que quiero desgranar mi suspiro, en las que reventaría mi corazón contra una hoja, en las que me llueve tristeza adentro, en las que el recuerdo de un sentimiento apenas me deja respirar.
Es difícil comenzar cuando sé que esto ya debería haber terminado, cuando no debería haber ni una sola palabra más. Pero aún así, son ellas, las palabras, las únicas que alivian el dolor.
Todo lo que sé es que siempre me callé, y ahora tengo tantas palabras que quieren salir. Palabras que me abren la piel, vírgenes, que quieren salir, que quieren encontrarte y meterse entre las mangas de tu saco, subir por tus brazos, recorrer tu cuello y quebrarte hasta los tímpanos. Palabras que se desesperan por saberse vivas, por saberse con una voz que las pronuncie. Pero es difícil, sí. Es difícil cuando fueron años de silencio, años de ir censurando sentimientos por miedo.
Tuvieron que pasar semanas, meses, de ni siquiera verte, para que el silencio sea cómodo, para esconder en la oscuridad todas las cosas que quería decir. Y cuando por fin el silencio ya no era el ruido que por las noches no me dejaba dormir, cuando entendí (o quise entender) que callarse era más fácil que hablar, cuando por fin la rabia se esfumó… vinieron tus palabras. Tan fingidas, vacías, básicas. Vinieron todas juntas, en un centenar de preguntas y frases que no quería escuchar. Una detrás de la otra, cayendo sobre mí. Una más pesada que la otra, rompiéndome desde afuera hacia adentro, desde adentro hacia afuera. Pero quebrándome, al fin.
Y después de eso, me olvidé de todo y de todos. Menos de vos. Porque tus palabras no son sólo eso, ellas son tu presencia, tu cuerpo hecho viento, son un rechazo al olvido, un recuerdo vivo, un puente que me obliga a cruzar a ese trozo de sentimiento que creía deshecho.
Y son, también, tu tregua, porque después de ellas, siempre te ausentas, desapareces entre los últimos susurros dejándome todos los demonios en la almohada. Y las mías… las mías siempre tan dulcemente ilusas, tan poco fuertes, invisibles.
Mis palabras, mis vírgenes rebeldes, enjauladas entre las mandíbulas. Las que nunca van a hacerse viento con mi voz. Las que nunca vas a entender, porque aunque las tuyas vuelvan y las mías se mezclen con ellas, las mías nunca van a decir lo que vos querés escuchar.

lunes, 22 de junio de 2009

Afuera el cielo no para de ahogarse en el llanto; adentro las palabras y las miradas, como infinitos pozos negros, nos dejan respirar.

lunes, 15 de junio de 2009

Juego de escondidas.




Tan desconocido, tan como la hoja en blanco que produce vértigo. Como los lugares que recorro en los sueños pero que nunca conocí; como un oleaje de memorias que no recuerdo.
Así es él: una canción que inunda los ojos de melancolía, un trozo de infinidad. Es un manojo de palabras preciosas que se enroscan dándole comienzo a alguna historia perdida.
Es un sin fin de posibilidades, de incoherentes casualidades. Es un atardecer que se posa entre los ojos del que mira al sol desprenderse y escaparse en el horizonte. Es todo lo que creo.
Lo armo; lo siento en cada frase, lo respiro y lo imagino. Pero no lo veo, es invisible a mi mirada; no conozco ni una ínfima parte de su cuerpo. Ni siquiera puedo escuchar algún eco que me cuente de su voz. Nada de eso. Es un juego de escondidas que lastima.
¿Es posible encontrarlo sin siquiera conocerlo? Las ganas de buscarlo se suicidan cuando lo sienten tan lejos.

lunes, 25 de mayo de 2009

Juntos


Invitame a cerrar los ojos hasta hacerlos chiquitos, hasta que sean dos puntos que se van perdiendo juntos en la neblina espesa y gris de una ciudad que no nos pertenece.
Salgamos a desafiar a la lluvia, pongamos el cuerpo a las gotas que quieren aplastarse contra nuestras pieles, mojémonos hasta las sombras.
Perdámonos entre la voz ronca de una canción, entre las cenizas del cigarrillo que se consumió. Seamos cómplices de los pasos silenciosos de un niño que no se anima a dormir la siesta.
Desafinemos hasta las últimas estrofas de una canción, quiero abrigarme con tu voz, perderme en tu garganta húmeda y renacer en un grito desesperado.
Desaparezcamos juntos, vamos a vestirnos de silencio, como invisibles; quizás sea la única manera de volvernos invencibles.

martes, 28 de abril de 2009

El verano que se fue

El verano se esfumó y abrió paso a un abril ámbar. Junto a las hojas muertas en las calles: los recuerdos.
Me acuerdo, sí; no hubo nada más dulce que mezclarme en tu perfume. El más suave de los castigos era compartir la sábana y la almohada, mientras tu piel me explicaba que no había nada que explicar.
Dos cigarrillos eran la distancia para encontrarte. Tu casa, la puerta y después vos. Las paredes blancas y la alfombra manchada. Las ventanas siempre abiertas, y la brisa veraniega danzando entre mis piernas.
Me acuerdo, sí. Y ahora, entre las hojas muertas en las calles: la rutina.
Despertarme, buscarte entre los recónditos espacios de la cama, caminarte en las mismas veredas angostas, pensarte en los mismos bancos grises; acostarme, volver a buscarte entre las sábanas pero, ahora, sin encontrarte.
Antes que llegue abril, nos envolvimos de desencanto, cada uno admiraba distintos cantos. Creo haberte cruzado en algún lugar. La tensión transformó el aire y ya no supe ni mirar. Escondí mis ojos bajo el flequillo espeso, tu sombra me rozo pero cuando me di vuelta, ya estabas lejos.
Y así estamos: sobreviviendo por otras voces, esquivando el encuentro, desafiando a las estaciones hasta que algún verano nos encuentre libres y de la mano.

martes, 21 de abril de 2009

Lo que me pasa de noche

Aún perdura el aroma de tu nombre en la habitación. La cama se hunde y se deshace sólo de un lado; de mí lado. Las canciones y tu voz se revuelcan en las paredes, entre las sombras y la luz de los faros de algún auto inquieto.
No puedo dormir, los parpados se pegan pero no despegan hacia sueños. Quizás el sonido de las gotas golpeando el suelo, o el frío desesperado, me desconcentran.
Por la ventana entran voces desde afuera, se escucha el sonido de una ciudad -noctámbula y gigante- que desafía a los sueños para mantenerlos despiertos.
Sigo sin poder dormir, porque tu aroma se pasea por mi piel, porque éste abril mojado me inunda el corazón, porque tu fría lejanía se encargó hasta de congelarme la razón. Sigo sin poder dormir, porque cuando cierro los ojos, creo verte reír.
Me quedo esperando, sentada en el colchón, a que algún rayo de sol me descongele el alma. Y me quedo sin sentir, esperando que llegues –de repente- para perdernos de la mano entre las sábanas celestes.

sábado, 18 de abril de 2009

Siestas

El zorzal desintegra las siestas con su canto, las horas se separan y él se divierte viéndolas desaparecer.
La 1, las 2 y las 3 juegan a no quemarse entre el asfalto y el sol, las 4 y las 5 juegan a perderse entre la muerte de las calles. Las 6 se queda sentada en los zaguanes de una casa abandonada.
Las otras horas se enredan y las miran envidiosas.
Aunque las 6 mire al cielo, no podrá encontrar al zorzal, está bien guardado entre las ramas de un limonero agrio y encantado. Mientras, el canto se entrevera con los cables en el cielo y se esparce por las veredas angostas, dibujando el destino de las horas.
Las siestas: horas inciertas, niños y grandes sólo sueñan; horas errantes, las calles son tierra de nadie.
Y el zorzal sigue cantando, desafiando al atemporal viento del este y a las horas caprichosas que no quieren detenerse.

viernes, 10 de abril de 2009

Qué importa

Y qué importa si es otoño y el frío se niega a entrar; si es de día y me enredo entre las sábanas sin despertar; si la incertidumbre me carcome los huesos al pensar; qué importa todo eso si, finalmente algún día me vas a buscar.

jueves, 26 de marzo de 2009




No somos maniquís. Se nos eriza la piel cuando los oídos se aturden con silencios cómodos. Puedo asegurar que lloramos, a veces, más de lo debido. Nos movemos, jugamos con nuestros cuerpos, las pieles se buscan, se repelen y nuestras miradas no entienden. Pensamos hasta que nos duela la cabeza, o quizás el corazón. También sonreímos, nos dibujamos carcajadas gigantes en el rostro, algunas se quedan ahí y otras, más atrevidas, se encaprichan con adornarnos hasta los pies.

No soy un maniquí. Siento hasta que duela, siento hasta que sangre y me desangre. Subo un escalón y desciendo cien. Tengo cosquillas en la panza, en la espalda y en los pies. Cuando mastico, mis dientes chocan y, de vez en cuando, me muerdo la lengua. Te pienso y te detesto. Duermo hasta el cansancio, más nunca me cansé de soñar. Y aunque nadie lo entienda, mis palabras son silencios, hablo para que no me escuchen en la quietud, hablo para opacar lo que realmente quiero decir.

Entonces, si no soy un maniquí, ¿por qué te empeñas en decirme que no llore? Si, después de tanto tiempo, volvés haciendo de cuenta que acá no hay ningún corazón latiendo, si apareces con tus palabras que abrigan pero asfixian.

Cómo querés que no llore si me duelen hasta los huesos cuando te pienso. Y cómo no pensarte, si vos te encargas de recordarme que existís. Cómo no llorar si te empeñas en recargarme de lágrimas hasta la sombra. Entonces, dale, decime: ¿CÓMO? ¿Cómo hago para no llorarte mientras te tenga incrustado entre las pestañas, mientras tu imagen aparezca una y otra vez?

Perdonáme, pero no. No puedo no llorar. Aunque digas mentiras, sos de verdad. Y mi corazón es tan real, late aunque no quiera. Te recuerda y se lamenta. Y aunque yo quiera decir mentiras, vos sos mi verdad.

Perdonáme, pero no. No me puedo callar, no puedo negar que me hieren tus palabras, que mastico rabia cuando te escucho. Es ilógico, me hablas como si fuésemos maniquís, como si vos no me dolieses, como si yo no sintiese. Y no, no es así.

Entonces, mientras vos sigas siendo de verdad, yo voy a seguir llorando. Voy a llorar hasta secarme, hasta que las tripas se encarguen de arrastrar al corazón por los ojos. Y quizás ahí, cuando el corazón deje de latir, cuando desaparezca de acá adentro, pueda convivir con tu recuerdo.

lunes, 16 de marzo de 2009

y también LLORAR.

Nudos


Yo no pretendía hacerlo, pero lo hice. Me acordé. Me acordé de todo. De repente, los recuerdos dibujaron un nudo en mi garganta, atascando cada uno de los sentimientos que querían florecer.

La oscuridad me envolvió, me arrancó las ganas y me arrojó al pasado; me obligó a convivir con tu mirada y tus palabras. Nos reviví y éramos los de antes. Y, después de mucho tiempo, sonreí.

Repasé los centímetros de piel, las cuadras llenas de palabras, las noches en las que sólo mostrábamos los dientes, las horas -que quedaban paralizadas- de tu mano. Recorrí, también, los ríos oscuros de lágrimas interminables, la carta ardiendo, los pasos sin rumbo. Di vueltas por una historia de 365 días, que me hizo reír y llorar con la misma intensidad.

Después de eso, el almanaque se volvió frío, congelaba cada paso. No había aire, me ahogaba, me asfixiaba. No te sentía. Dolía. Las lágrimas y un millón de despedidas.

Yo no pretendía hacerlo, pero lo hice. Me acordé. Me acordé de vos. De repente, eras el de antes, el conocido, la sonrisa a flor de piel, el hombro dispuesto, el que me salva. Y otra vez, el nudo en la garganta. Saborearte entre los dientes, tan diferente.

Me encontré con las palabras y la voz perdidas al tratar de contarte mi dolor. Me encontré con lágrimas paracaidistas que trataban de aterrizar en algún mosaico desprevenido. Me encontré buscándote. Me encontré buscando el tiempo que se escapó de tus manos.

¿Vos pretendías hacerlo?, no sé. Pero lo hiciste. Cambiaste, dejaste de ser la brisa que calma, el pequeño gigante, la melodía y el canto. Dejaste de ser palabras y presente para ser dolor y pasado reviviente.

Me hubiese quedado entre la oscuridad de ese sentimiento, entre los primeros días que no eran más que sonrisas. Me hubiese quedado, pero es imposible; nos volvimos invisibles. Ahora, acabo de desatar el nudo que amarraba mi garganta y, de a poco, los nuevos sentimientos se permiten florecer entre tanta maleza que dejó tu ausencia.

domingo, 15 de marzo de 2009

V


Prosas y poesías, las palabras y el calor que se quieren perder. La danza, la cintura y los pies, mezclar las pieles en crudos movimientos y llorar. Confundirse y esperar. Continuar.
Despacio; seguir y parar. Subirme a tu espalda y respirar. Aire y conmoción. Las manos llenas de emoción. Los labios dibujando un recorrido y los ojos transpirando dolor.
El frío. Dejarte las palabras y llevarme las imágenes. Oír sin ver y ver sin oír. Vivir distintos y separados. Vivir incompletos, llenos de invierno. De repente, un encuentro, un verano. Una fusión de recuerdos que se escuchan y se ven.
Imaginar y no querer. Mezclarse entre los pensamientos que agotan, entre las estaciones y lo incierto. Buscando el calor de los cuerpos errantes; sobrevivir al invierno desafiante.
Esperar a las siestas de verano para dormir entre las sombras de los árboles y el calor del asfalto. Esperar a las siestas de verano para dormirme en tus abrazos.

miércoles, 25 de febrero de 2009

Vaya uno a saber

Se pregunta si todo será siempre igual. ¿Acaso recorrerá el mismo camino empedrado una y otra vez? Desde que aprendió a sentir, todo rezuma dolor. Todo es una complicación de pensamientos que se entrecruzan sin cesar, una compilación de sentimientos que no se puede arrancar.
Los recorre a cada uno con su mente, los conoce –casi- de memoria. Al principio tan indefensos, luego de días y palabras, tan siniestros.

No puede dormir, da vueltas por debajo de las colchas y, en cada vuelta, se encuentra con algún recuerdo. Llora escondida entre las sábanas, ahogando el llanto desesperado en las almohadas. Se traslada, sin querer, a cualquier día que pasó, a algún abrazo o roce. Vuelve, recorre la habitación con los ojos hinchados, todo está donde debe estar, menos su corazón.

No puede dormir, se levanta y sale al patio. Está lloviendo. El cielo llora desesperado sin pudor, grita y la hace temblar. Prende un cigarrillo y canta en voz baja para ahuyentar a los recuerdos que quieren colarse una vez más.

Se le mojan los pies, la espalda y la cabeza, pero no se mueve. No tiene pensado salir de la lluvia. Se moja desde la piel hasta el alma. Quiere lavarse, enjuagarse tanto dolor sin sentido. Y en ese momento, cuando todo comienza a desaparecer, sonríe y deja escapar una lágrima que se mezcla con las del cielo. Pita el cigarrillo, expulsa el humo con asco, y se muerde las comisuras de los labios mientras piensa en todo lo que tiene para dar, pero no tiene a quién.

Nunca supo a quién entregarle sus ilusiones recién armadas, fue por eso que se las entregó a cualquiera. Y así terminaban las ilusiones. Rotas, pisoteadas con gusto, tan destruidas que, ni siquiera, las podía rearmar.

Debía volver a comenzar, juntaba trocitos ínfimos de sueños, los pegaba con paciencia, cuidaba de ellos hasta encontrar un nuevo extraño a quién dárselos. Y siempre terminaban despedazados. Decidió que era en vano pretender que alguien cuidase sus sueños, así que quiso guardarlos en su corazón. Permanecieron allí, encerrados bajo candados, por mucho tiempo.

Hace días, sin querer, dejó abiertos los candados y todas las frágiles ilusiones escaparon. Fueron a caer en las espaldas de un desconocido con palabras encantadoras. La mirada de ese hombre caló profundo en su piel hasta llegar al centro de sus huesos.

Él aún no lo advirtió, pero ella desespera pensando qué será de esas quimeras encendidas que reposan en su espalda, ¿acaso recorrerán el camino empedrado una y otra vez, o por fin serán arena blanca debajo de los pies?

lunes, 16 de febrero de 2009

A través de sus ojos es, siempre, diferente.


Mi cielo

Ayer el cielo vistió nubes grises, como de cementerio. Horas después enfureció, gritó a los vientos y lloró. Y nosotros, encantados, salimos a pasear de la mano entre sus lágrimas.

martes, 10 de febrero de 2009

Paciencia

Cerrar la puerta sin llave, dar pasos mientras miro sin mirar. Y ahí vos. Prendiéndote los botones del saco marrón con una mano y sosteniendo el bolso con la otra, colgándotelo al hombro y levantado la vista. Y las miradas. Un cruce, un choque. Una milésima de segundos que me devuelve una sonrisa. Caminar y mirar hacia atrás; verte desaparecer entre el baile de las hojas amarillas y la brisa nocturna.

Seguir pisando baldosas hasta llegar a quién sabe donde a juntar trozos de ilusiones. Seguir pisando días hasta explotar, hasta dejar vacío el corazón, hasta dejar vacante mi colchón. Seguir solo por inercia, por el placer de sentir mi respiración, aunque nada me motive alrededor.

Nada, hasta hoy.

Recordar las miradas y no querer. Saber y no. Querer pronunciar alguna palabra y que quede estancada en la punta de la lengua roja. Y vos ahí, sin notar esta revolución interna. Sí, vos allá, tan ajeno, tan mundo paralelo.

Ni siquiera una letra, un nombre o una frase. Saber que existís y no poder rozarte con las yemas de los dedos. Mirar a través de los vidrios empañados, viéndote apurado, y yo fingiendo paciencia, respirando profundo y cerrando los puños cuando aparecen los impulsos.

Y así voy a seguir, porque aunque en mi mente te arme y te desarme, aunque bosqueje encuentros (que serán causalidad), prefiero esperar y deshacerme con las horas; los deseos pronto cumplidos no son tan sabrosos.

Porque, después de todo, alguien me dijo que en la alacena aun quedan escondidos tarros de paciencia.

viernes, 6 de febrero de 2009

Tan lastimado el corazón

Tan lastimado el corazón, siempre trata de olvidar.

Todos la vimos llorar, el verde de sus ojos se perdía entre las pestañas mojadas y las manos que refregaban una y otra vez sus párpados. Después lloraba sin lágrimas, en silencio, muy adentro. Por días sólo escuchaba, las palabras no se animaban a saltar de su boca roja y permanecía ajena, como despreciando cada segundo de respiración, cada latido de su estrujado corazón.

Se retuerce, fría, entre las sábanas que aún le acercan retazos de su olor. Y aunque no lo busque entre los rincones de su cama, lo recuerda desde la luna hasta el último rayo de sol. Aunque las sombras se esfumen, el cielo no llore y los pájaros la abandonen en un vuelo, esa extraña sensación continúa junto a su piel. De a ratos le pesa el alma y se le desploma aunque, irónicamente, esté vacía.

Sobrevive durante el día pero por las noches se suicida.

Algunos sabemos: la soledad y el miedo. Entendemos cuando, entre cigarrillo y cigarrillo, habla de llegar al cuarto inundado de cosas pero tan vacío de él, acostarse y taparse hasta el cabello, sentir cada trozo de piel quebrarse, y el miedo inminente asomando en su mente, su respiración rodeada de silencio, destaparse y querer escapar.

Y afuera: la noche; tan gigante, tan con ganas de devorarla entera, y ella tan aferrada a su cama, pequeñísima en la oscura inmensidad. Sentarse y acostarse, acostarse y sentarse, dar vueltas y recordarlo, intentar dormir y no poder, su piel y el recuerdo, siempre el recuerdo. Y entonces las lágrimas, bordeando el rostro y matándose en la almohada una y otra vez.

Dice esperar con los ojos abiertos y un nudo en la garganta hasta que la luz del día se cuele por su ventana, es entonces que los párpados comienzan a pesarle y caen desprevenidos entre los sueños apresurados.

Algunos sabemos: noches así, que son enteras, que son eternas.

Tan lastimados los corazones, mientras lo tengamos entre las tripas, nunca podremos olvidar.

miércoles, 28 de enero de 2009

Heridas

Las heridas son rencorosas, quedan plácidamente abiertas, dejan ver entrañas, tripas y venas que se mezclan y se revuelcan. Después del dolor real, no se niegan a desaparecer, persisten en el tiempo, son lágrimas tatuadas en los rostros, aire espeso que no se puede respirar.
Y así nos encontramos, tan heridos, tan abiertos los corazones. Y así nos quedamos, tan atontados y aturdidos, tan sin cerrar heridas que de a poco nos abren toda la piel.

domingo, 25 de enero de 2009

Escribe

Antes de poder deshacerse en palabras del torbellino de sentimientos que la desconcierta, pasa horas en silencio, recorriendo la habitación con los ojos agigantados, abriendo y cerrando un cuaderno. De vez en cuando los parpados se le caen y recuerda alguna escena, de a ratos su rostro se llena de risas o de alguna lágrima que se desliza apurada por su mejilla.

Después de horas, logra mover la mano derecha y plasmar la primera palabra. Le cuesta comenzar, odia enfrentarse a ese abismo tan grande y oscuro que son sus sentimientos, a veces le parece imposible tomarlos a todos y plasmarlos en palabras; le teme a la hoja en blanco, a esos espacios vacios que deben ser rellenados. Pero una vez que se enfrentó a la hoja, las palabras no paran de sangrar, no hay manera de evitar la hemorragia verbal.

Y así comienza a escribir eso que tanto le cuesta: su existencia. Escribe historias románticamente trágicas, fragmenta la realidad y la mezcla con los sueños, con las ilusiones despedazadas, con un poco de agonía o melancolía. Escribe y sonríe, aunque duela. Escribe y nota que las historias son siempre distintas pero que, paradójicamente, siempre es el mismo y amargo final: la soledad.

jueves, 8 de enero de 2009

Pasos


Creyó que sus pies se movían, creyó caminar, correr y saltar. Y por creer que podía superarlo, resbaló y se dio cuenta que seguía transitando los mismos lugares, estaba dando pasos sobre sus huellas. Aún no pierde esa vieja costumbre de coleccionar ilusiones destrozadas.