martes, 28 de abril de 2009

El verano que se fue

El verano se esfumó y abrió paso a un abril ámbar. Junto a las hojas muertas en las calles: los recuerdos.
Me acuerdo, sí; no hubo nada más dulce que mezclarme en tu perfume. El más suave de los castigos era compartir la sábana y la almohada, mientras tu piel me explicaba que no había nada que explicar.
Dos cigarrillos eran la distancia para encontrarte. Tu casa, la puerta y después vos. Las paredes blancas y la alfombra manchada. Las ventanas siempre abiertas, y la brisa veraniega danzando entre mis piernas.
Me acuerdo, sí. Y ahora, entre las hojas muertas en las calles: la rutina.
Despertarme, buscarte entre los recónditos espacios de la cama, caminarte en las mismas veredas angostas, pensarte en los mismos bancos grises; acostarme, volver a buscarte entre las sábanas pero, ahora, sin encontrarte.
Antes que llegue abril, nos envolvimos de desencanto, cada uno admiraba distintos cantos. Creo haberte cruzado en algún lugar. La tensión transformó el aire y ya no supe ni mirar. Escondí mis ojos bajo el flequillo espeso, tu sombra me rozo pero cuando me di vuelta, ya estabas lejos.
Y así estamos: sobreviviendo por otras voces, esquivando el encuentro, desafiando a las estaciones hasta que algún verano nos encuentre libres y de la mano.

martes, 21 de abril de 2009

Lo que me pasa de noche

Aún perdura el aroma de tu nombre en la habitación. La cama se hunde y se deshace sólo de un lado; de mí lado. Las canciones y tu voz se revuelcan en las paredes, entre las sombras y la luz de los faros de algún auto inquieto.
No puedo dormir, los parpados se pegan pero no despegan hacia sueños. Quizás el sonido de las gotas golpeando el suelo, o el frío desesperado, me desconcentran.
Por la ventana entran voces desde afuera, se escucha el sonido de una ciudad -noctámbula y gigante- que desafía a los sueños para mantenerlos despiertos.
Sigo sin poder dormir, porque tu aroma se pasea por mi piel, porque éste abril mojado me inunda el corazón, porque tu fría lejanía se encargó hasta de congelarme la razón. Sigo sin poder dormir, porque cuando cierro los ojos, creo verte reír.
Me quedo esperando, sentada en el colchón, a que algún rayo de sol me descongele el alma. Y me quedo sin sentir, esperando que llegues –de repente- para perdernos de la mano entre las sábanas celestes.

sábado, 18 de abril de 2009

Siestas

El zorzal desintegra las siestas con su canto, las horas se separan y él se divierte viéndolas desaparecer.
La 1, las 2 y las 3 juegan a no quemarse entre el asfalto y el sol, las 4 y las 5 juegan a perderse entre la muerte de las calles. Las 6 se queda sentada en los zaguanes de una casa abandonada.
Las otras horas se enredan y las miran envidiosas.
Aunque las 6 mire al cielo, no podrá encontrar al zorzal, está bien guardado entre las ramas de un limonero agrio y encantado. Mientras, el canto se entrevera con los cables en el cielo y se esparce por las veredas angostas, dibujando el destino de las horas.
Las siestas: horas inciertas, niños y grandes sólo sueñan; horas errantes, las calles son tierra de nadie.
Y el zorzal sigue cantando, desafiando al atemporal viento del este y a las horas caprichosas que no quieren detenerse.

viernes, 10 de abril de 2009

Qué importa

Y qué importa si es otoño y el frío se niega a entrar; si es de día y me enredo entre las sábanas sin despertar; si la incertidumbre me carcome los huesos al pensar; qué importa todo eso si, finalmente algún día me vas a buscar.