jueves, 28 de enero de 2010

Una noche

Quizás no tiene sentido, pero a veces –sólo a veces- le hablo a tu recuerdo. Un recuerdo aterciopelado, que suaviza la realidad. Un recuerdo inventado en las noches que se hacen eternas; un recuerdo que no se parece en nada a vos. Y quizás sólo por eso es que te recuerdo.
Y cuando pienso en eso que me inventé, las lágrimas no tardan en correr. Se apresuran y ruedan por las mejillas, como si temiesen quedarse encerradas entre los párpados, como si no se aguantasen entre ellas y necesitaran esparcirse por mi piel.
Ésta noche tu recuerdo llegó más tarde que de costumbre, y le habló a mis oídos de tus ojos, le contó también de tus manos y tu voz. Y tuve miedo. La música estaba muy fuerte y había tanta gente a mi alrededor, que tuve miedo; no de tu recuerdo, sino de las lágrimas. Temí que se escapen otra vez.
Tuve que esconderme del llanto, y por un momento deseé que estuvieses ahí, sonriendo, para decirte que no hables, que me abrigues o me abraces. También hubiese querido pedirte que retrocedas el tiempo, que borremos algunos momentos. Quizás te hubiese dicho muchas cosas, quizás te hubiese pedido tantas otras; pero seguramente hubiese querido que te quedes, por primera vez y para siempre.
Y después de haberme escapado de las lágrimas y hablar por horas con tu recuerdo, entendí que estaba recordando al hombre que nunca fuiste. La noche ya se había hecho pequeña y tuve que hacer silencio porque, sin querer (queriendo), estaba pidiendo cosas que no existen.

viernes, 15 de enero de 2010

Besos


Besos que desmiembran los primeros trozos de piel; que queman en los labios y bajan por el cuello, que se enredan con la nuca y se pelean con las clavículas que salen a defenderse.
Besos que no son más que eso.
Besos, que se desprenden desinteresados de tus labios, que su piel virgen los recibe con inocente ilusión, que no temen en seguir descendiendo aunque no conozcan el resto.
Besos que se retienen en los pechos de la amante, que su sabor vuelve imperceptible el tacto de las manos inquietas que no se cansan de buscar entre las piernas de la mujer que (sólo por hoy) se recuesta entre tus sábanas.
Besos que no son más que eso.
Besos, que se cansan de los pechos y vuelven a los labios, que quieren recorrerla una y otra vez; que se aburren de los labios y se mezclan con las costillas, que son insaciables y se pierden en su ombligo.
Besos de labios que quieren saborear el vientre que aguarda latente; pero que se ven obligados a abandonar el cuerpo porque la amante confundida (hoy) no tiene ganas de amar.

Besos que no podrán ser más que eso; besos.