martes, 17 de julio de 2012
martes, 21 de febrero de 2012
Tu saco azul
Ahí está tu saco azul, colgado entre mis ropas, perpetuando su virilidad. Ahí está, como espiando cada segundo que se estanca entre las paredes de éste cuarto; entre mis piernas inquietas debajo de las sábanas. No se mueve, nadie lo ha sacado de ahí.
Ahí está tu saco azul, hace días, horas, meses. Colgado anónimamente, pretendiendo no existir, siendo testigo y cómplice de las cosas que no se dejan ir. Hace días que lo veo; la puerta del ropero entreabierta y su textura azul invierno, azul gastado, azul hombre que se asoma constantemente entre el silencio de las maderas.
Ahí está tu saco azul, lo veo desde mi cama; y entonces, prefiero girar y mirar la pared, imaginar ahí otros sacos, más azules quizás, menos inviernos, menos gastados.
Ahí está tu saco azul, como marcando el terreno del recuerdo que quiere ser pisoteado; esperando a que un día, por fin, abra de par en par las puertas y lo enfrente; está ahí, esperando con paciencia infinita que dé dos pasos de más para arrebatarme el último hilo de aire que me recorre el cuerpo; para sacarme a empujones de éste cuarto donde sólo queda colgado un saco azul gastado, un saco azul ausencia.
Mientras tanto, el verano se va apagando y con él las ganas de seguir viendo a tu saco azul colgado; quizás es hora de que comience a descansar sobre tus hombros o en otro ropero; con otros olores y sabores. Y aunque ya el ansiado otoño comienza a coronarme una sonrisa; quizás sea una larga despedida la del saco azul gastado, la del hombre ausente.
domingo, 5 de febrero de 2012
miércoles, 7 de diciembre de 2011
Hoja en blanco
En algún rincón de una hoja en blanco se espera; desnuda, desconocida, con la miseria a flor de piel, con el espanto y el desencanto. Se espera entre renglones silenciosos que anhelan que la tinta los moje y los reviva.
En la esquina de la hoja en blanco está ella, esperándose, con olor a tormenta, a tierra mojada y desintegrada, a piel desgastada; con los ojos perdidos y los pies dormidos.
En el centro de la hoja en blanco está ella, como esperando que las palabras se desprendan de su piel, como un perfume o un suspiro, como si aquello que la carcome jamás le hubiese pertenecido.
En un extremo de la hoja en blanco está ella; parada y sin decir nada, como un río que quiere ser mar pero no se atreve a despegarse de la corta y conocida orilla.
En algún rincón de la hoja en blanco, ahí donde el papel con los días comienza a teñirse de amarillo; ahí donde el vacío la desnuda sin prisa, donde hay espacios callados que quieren gritar; ahí donde muere cada día; espera que las palabras la revivan.