Quizás no tiene sentido, pero a veces –sólo a veces- le hablo a tu recuerdo. Un recuerdo aterciopelado, que suaviza la realidad. Un recuerdo inventado en las noches que se hacen eternas; un recuerdo que no se parece en nada a vos. Y quizás sólo por eso es que te recuerdo.
Y cuando pienso en eso que me inventé, las lágrimas no tardan en correr. Se apresuran y ruedan por las mejillas, como si temiesen quedarse encerradas entre los párpados, como si no se aguantasen entre ellas y necesitaran esparcirse por mi piel.
Ésta noche tu recuerdo llegó más tarde que de costumbre, y le habló a mis oídos de tus ojos, le contó también de tus manos y tu voz. Y tuve miedo. La música estaba muy fuerte y había tanta gente a mi alrededor, que tuve miedo; no de tu recuerdo, sino de las lágrimas. Temí que se escapen otra vez.
Tuve que esconderme del llanto, y por un momento deseé que estuvieses ahí, sonriendo, para decirte que no hables, que me abrigues o me abraces. También hubiese querido pedirte que retrocedas el tiempo, que borremos algunos momentos. Quizás te hubiese dicho muchas cosas, quizás te hubiese pedido tantas otras; pero seguramente hubiese querido que te quedes, por primera vez y para siempre.
Y después de haberme escapado de las lágrimas y hablar por horas con tu recuerdo, entendí que estaba recordando al hombre que nunca fuiste. La noche ya se había hecho pequeña y tuve que hacer silencio porque, sin querer (queriendo), estaba pidiendo cosas que no existen.
Canciones Leídas: Me Quedo Aquí
Hace 11 años