viernes, 28 de enero de 2011

Y sin avisar, el cielo se puso tan oscuro que tuve que encender todas las luces del jardín; las nubes grises se paseaban pero ni una gota de agua caía.
Entré y me senté a esperar en la ventana. Esperaba desesperada que alguna llovizna atrevida se lanzara desde el cielo y aplastara alguna hoja llevándola hasta el piso.
Mientras miraba desde los vidrios empañados, me pareció oír tu voz en el jardín; decías que me ponga los zapatos, que las gotas no tardarían en caer, que un paseo por el jardín mojado era el mejor plan para un viernes de enero. Creí sentir el olor a tierra mojada, ya oía a una catarata de gotas resbalando por las canaletas de nuestra casa.
Me apuré; me calcé los zapatos y corrí al jardín.
Nada de gotas, nada de vos.
Sólo encontré sombras proyectadas por un sol rabioso que pegaba contra los árboles y el eterno silencio de las siestas de verano.