lunes, 14 de septiembre de 2009

BASTA.



Yo no quería volver, pero volví. Yo no quería caer, pero caí. Yo no quería que vuelvas a calar hondo en mis entrañas. Pero otra vez tuve que tragarme todas las promesas, todas las palabras. Siempre es una vez más, y se repite la misma vieja historia.
A veces me pregunto, acaso cinco años no fueron suficientes para entender que me devoras la razón, que lo único que consigo al final del día es arrancarme una lágrima tras otra.
¿Por qué si en tantos inviernos no pudiste abrigarme el corazón creo que cuando llegue la primavera vas a salvarme del dolor?
Y quizás no llore por vos, sino por mí. Porque sigo censurando mis sentimientos, sigo estancada en el tiempo, en una historia que no avanza. Es como si una y otra vez estuviera en mis 15 otoños, en esa sala de espera y te viera llegar. Sigo en el tiempo, estática, como si los días y los años no pasaran, como si ésta vez todo fuese a cambiar. Y no, no sabes cuánto duele estar entre mi piel, porque aunque estés, no lo sabes.
Cinco años, y creo que, ahora, hasta me río. Pero me río porque me cansé de llorar, porque me harté de preguntarme una y otra vez por qué, pero no, no me puedo responder. Quizás sea muy temprano, o quizás ya es muy tarde.
¿Cómo pude sobrevivir durante tanto tiempo?, ni yo me lo creo. Si meses atrás algún pajarito con la mirada perdida me hubiese contado lo que vendría después, quizás no lo hubiese creído.
Pero acá estoy, viva. Viva para contármelo una y otra vez, para sufrirlo, para revivir esos trozos de momentos que me hicieron tener una sonrisa enorme, y una risa permanente puertas para adentro.
Esos poquísimos días eras otro, estabas distinto, ya no eras el extraño conocido, ya no eras el extraño, eras esa porción de mundo que siempre quise conocer y que, parecía, la conocía hace una vida entera.
Y tus labios, tus labios se movían pero yo no entendía; nunca entiendo nada. Ahora lo sabes, soy bastante inocente y estoy, la mayor parte del tiempo, en algún otro lugar. Pero tus labios se seguían moviendo, primero distantes mientras tu voz se mezclaba con la música, después más cerca, pero yo seguía sin entender.
Seguí sin entender hasta que callaste cada uno de mis fantasmas, hasta que sentí que cinco años valieron la pena para vivir ese momento. Ese beso fue el primer beso de una eterna adolescente que vive en una habitación empapelada de recuerdos no vividos. Ese beso fue el que volvió a encender una ilusión, y fue el mismo que me hundió.
Esos días fueron distintos, distintos pero preciosos. Todos esos días tenían otro sabor, la amargura se había escapado y me llené de sonrisas y sueños, de lo gracioso de tu voz.
Esos días te quise pedir que te quedes así para siempre, cantando o silbando bajito, con tus manos en mi espalda, contándome los cuentos de la ciudad. Te quise pedir que te quedes así para siempre, que nada comience, porque lo que comienza, termina.
Quizás es por eso que siempre preferí tenerte lejos, porque lo que jamás comienza, jamás puede terminar, y recién ahora digiero el sentimiento de desilusión; recién ahora entiendo que llorar no te trae de nuevo, que aunque estés a pasos, no estás cerca porque, aunque me digas que sí, hay cosas que NO se pueden rever.