martes, 2 de noviembre de 2010

Ahora

Ahora que el Paraná se pasea por tu espalda, que el sol te hincha las pecas y que la arena mojada se disuelve entre tus pies. Ahora que ya es de noche y tu voz se va durmiendo, que los grillos desde afuera no se cansan de cantar, que el granizo golpea en los techos mientras me miras. Ahora que hablamos mucho. Ahora que nos callamos. Ahora que sin querer nos empezamos a extrañar, que sin mirarnos nos podemos tocar. Ahora que las siestas nos encuentran enredados. Ahora que es ahora y no antes ni después, que es una sonrisa eterna en los cuerpos cansados, que es un abrazo entero que nos quiebra la piel.
Ahora que me zambullo entre tus manos y tu andar; ahora que estoy con vos, estoy aprendiendo a respirar.

domingo, 17 de octubre de 2010

CALLAR




Las palabras jamás dichas se atoraban en tus labios, se revolvían entre tus dientes pero no se desprendían. Y no quería arrancarlas; la miseria y los dolores que con ellas podían salir, eran capaces de devorarme el alma. Sin embargo, no pude dejar de buscarlas, quería encontrarlas aunque después de dichas se vuelvan lágrimas al viento.
Quizás siempre quise enfrentarlas, que duelan y desprendan cada uno de mis miedos, por eso agoté las mías... con canciones, con preguntas, con gritos o silencios (que no son más que palabras mudas). Y, después de largos pasos sigilosos, las encontré.
Ahí estaban, justo en la esquina de tus labios, las estabas pronunciando con presión, atormentado, mientras yo perdía las mías y se me esparcían los sentimientos. Tanto buscarlas para encontrarlas y que me desgasten la mirada, para al final de la noche terminar sin voz. Sin vos.
Y otra vez: la misma vieja historia; la conocida, la de siempre. Cigarrillos que se consumen en un eterno aspirar de los recuerdos, las cenizas se esparcen y nada queda. Liviano es el olvido entre los sueños. Entonces me despierto y todo está en su lugar. En el aire se respira una rutina de cuchillas que cortan la piel. Y mis huesos vuelven a buscarte, aunque no quieran encontrarte, aunque prefieran recordarte en un sólo y eterno paseo por tus sábanas.
Pero mis ojos no se olvidan. Entre las pestañas tengo grabada tu sonrisa y las palabras que escupí. Hace días el amargo sabor de la libertad no me deja respirar y el cosquilleo incesante en las manos me avisa que no estás.
En algún vuelo encadenado te vi pasar, y con él, al ejército de tus recuerdos. Pero son sólo eso, añoranzas de una piel que, por cobarde, prefirió escapar. Y ésta vez, no los voy a seguir. Ésta vez no quiero encontrar lo que no existe, no quiero volver a preguntar lo que no tiene respuestas. No voy a volver a pararme sobre cimientos que no pueden sostenerse, porque se hunden, porque se escapan, porque temen entregarse y dejarse pisar por pies descalzos que, en realidad, sólo quieren acariciarlos.
Quizás mi espalda siga buscando tu abrazo, y quiera sentir tu olor en cada trozo de aire que me inunda, pero hoy la tristeza me parece infinita y no pretendo hacerte hablar cuando lo único que sabes es callar. Callar los miedos, opacarlos para que cuando exploten sean tan feroces como tus dolores. Callar para ahogarte solo entre el paso del tiempo que te apura y te corrompe.
No voy a volver a hacerte hablar, aprendí que tu silencio es la mejor manera de explicarme que nunca estuviste y que, hoy, tampoco estas.

jueves, 14 de octubre de 2010

Tan volátil
como un pájaro en el cielo
no duda
y se hunde
en la temida libertad.

viernes, 1 de octubre de 2010

El silencio




Las venas -casi hartas- con su rojo recorrido la defienden del olvido. Los segundos que no esperan, que se pisan, que se corren y ella que no escapa, que se empeña sólo en desgastar las sábanas. Esas telas que la envuelven y la esconden del aire de Octubre que se esparce.
Se entierra, entre el polvo de lo que calla, se entierra. Se ahoga en los ríos tormentosos de lo que piensa.
Y aunque no pueda dormir, cierra los ojos. Su pecho boca arriba y la noche -otra vez- se vuelve eterna. Esa negra azabache y suave la espía; la incomoda. Entonces se escapa de la oscuridad, se arrastra de esa infinita cárcel que son sus párpados cerrados.
Y entre las sombras de las horas, está él. Acostado en la cama, a su lado, abrazado a su vientre. Ahí está, quieto, casi eterno: el silencio. EL SILENCIO en mayúsculas, que no es más que la ausencia de sus palabras. El compañero de cada noche, el que la desviste en la cama. El único y -también- el elegido para escurrirse entre las sábanas.
Podría escapar, podría dejarlo. Quizás podría hacer temblar los vidrios de la habitación con un sólo grito desesperado de sus entrañas. Pero calla, por el miedo inventado siempre calla.
Y no es más que una piel que se raja mientras las venas atiborradas de silencio se hartan; no es más que polvo y ríos tormentosos que se mezclan en la cama. No es más que la existencia de palabras inventadas que fantasean ser dichas.
No es más que esto.
(No quiere ser más que esto)
Una mujer olvidada.
Silenciada.

domingo, 29 de agosto de 2010

No estoy durmiendo



Eran las tres de la mañana y, tal vez, debía dormir. Pero no quise, prefería retener entre los párpados a tus ojos café cuando se hacen dos ínfimos puntos que se pierden en el infinito; prefería acordarme de las pecas que se desnudan cada vez que miras al sol.
Me levanté de la cama y no dormí hasta repasar cada centímetro de tus labios, de tus manos inquietas. Me levanté y creí estar dormida. Antes, solamente cuando soñaba la sonrisa no se esfumaba, solamente en la almohada podía encontrar lo que buscaba. Y ahora, ahora tu piel me obliga a despertar, me devuelve a la realidad de la que siempre quise escapar.
Las horas nos siguen descalzas, sigilosas; sin notarlo, todo rezuma en vértigo, en un cosquilleo incesante que nos invita a lanzarnos a un abismo, a un devenir del tiempo que no espera o nos espera. Y te tengo cerca y los cuerpos tiemblan, las palabras parecen pocas y los silencios vuelven en una brisa que despeina pero no incomoda.
Y aunque quise escaparme, estás acá. Y cada nudo se va atando, se van armando de coraje las palabras que nunca antes quise decir, y salen, salen al mundo a abrazar el aire, a estrellarse contra tus oídos que las escuchan sin miedo.
Nos animamos a saltar sin saber a dónde vamos, caemos sin saber dónde está el suelo. Las tristezas se van borrando, se alejan en el vuelo. Y el vértigo se vuelve dulce, casi perfecto.
Y, aunque parezca incierto, estamos cerca y no estoy durmiendo.

sábado, 7 de agosto de 2010

De esa noche

No te vayas, no todavía.
No te pongas los zapatos; no estoy lista para verte cruzar la puerta de este cuarto.
Quedáte un rato más, te prometo que en la mañana me duermo y te dejo escapar.
Si te vas con la noche, ya sabes: nunca pude dormir de noche. Y si te vas, justo ahora que la luna nos mira, que los grillos nos cantan y nos aturden, ahora que hace frío y me acostumbré a tenerte cerca. Justo ahora que el reloj marca las tres y no voy a poder dormir.
No te vayas con la noche, porque tengo los ojos tan abiertos, las sábanas tan desprolijas y las almohadas por el suelo. Tengo el instante tan presente.
Quedáte un rato más; cuando afuera está oscuro, la cama de una plaza se hace gigante y prefiero, sólo por hoy, que la llenes vos y no algún recuerdo. Si te quedas, te prometo no fumar acostada y poner la música más baja.
Por eso, quedáte. Quedáte hasta que el sol lastime los ojos y la cama vuelva a ser pequeña e insignificante, fugaz e inentendible como nuestro encuentro.
Si te vas con el día, prometo no volver a mirarte.
Pero si te vas con la noche, vos me conoces. No me voy a olvidar.

martes, 18 de mayo de 2010

Morgan y Elvira

Afuera llueve. La galería está seca, pero el viento entra como asustado, como queriendo esconderse en las paredes descascaradas. Adentro la música inunda la cocina. Fumo un cigarrillo mientras espero que se enfríe el café.
Él me mira parado, detrás del vidrio de la puerta. Me mira con ojos de perro triste, con ansias de pasar. Yo me desentiendo de la situación y sigo fumando. Pero él sigue ahí, parado, mirando como pidiendo permiso, como obligándome a levantarme y abrir la puerta. Me canso de su mirada devastadora del otro lado de la puerta.
Me paro y me acerco al vidrio: ella duerme en un sillón, con la lengua afuera, abrigada y estirada, con la lengua fresca por el viento que vuela los toldos y entra sin más. Duerme como si nunca más volviese a dormir, como si el mundo dejase de girar y todos esperasen a que ella termine de soñar; y él sigue parado, apoyando sus patas contra el vidrio, mirando con sus ojos de perro triste. Le abro la puerta, lo dejo entrar. Vuelvo a sentarme.
Ahora llora, está adentro y llora con un llanto de tristeza, como si su llanto fuese la lluvia que desde el domingo no para de caer. Vuelvo a pararme; lo dejo salir.
Y ahí está de nuevo, mirándome desde la galería, gimiendo, esperando que lo deje pasar para repetir la situación una y otra vez, hasta que todos se despierten y la casa se llene de gente.
A veces no entiendo a mis perros.

lunes, 8 de marzo de 2010

Dormía

Dormía tranquila, casi sin soñar, mientras el cielo no se decidía entre el azul profundo y el rosa tímido que comenzaba a asomarse. Dormía con las persianas abiertas, con la brisa que danzaba en las esquinas de mi habitación. Dormía despacio, pero desperté.
Y estaba ahí, el ejército de tus recuerdos se posaba en el balcón de maderas gastadas y húmedas. Estaba ahí, tu ejército de pájaros, cada uno: un recuerdo. Me miraban, me miraban profundo, punzantes. Llegaron para detener mis sueños, para recordarme que no olvide a los recuerdos. Lo que ellos no sabían era que por cada uno de ellos, yo dejaba escapar una lágrima amarga, que me cortaba la piel, que me apenaba el alma.
Quizás hubiese querido dispararles, disparar a tus recuerdos a quemarropa como si fuesen bandidos en las sombras, tratando de robarme los sueños, la tranquilidad de mi almohada y mis sábanas. Pero no pude elegir; sólo pude quedarme sentada en la cama, entre pestañas que llovían y manos que sudaban.
Ese amanecer no pude elegir echarlos a volar; no tuve el valor de alejarlos, de bajar las persianas para no verlos; preferí tenerlos ahí, lastimándome, pero tenerlos ahí; cerca, quietos, hirientes.
Después de muchos amaneceres, siestas y noches, levantaron vuelo y no volvieron. Yo me quedé sentada, esperando su regreso; pero esta vez no para llorar, sino para invitarlos a pasar. Para decirle a todos y cada uno de tus recuerdos que ya no me hiere tenerlos cerca, que ni siquiera me quitan el sueño; que ahora tengo el valor y las ganas de sobrevivir a ellos.

jueves, 28 de enero de 2010

Una noche

Quizás no tiene sentido, pero a veces –sólo a veces- le hablo a tu recuerdo. Un recuerdo aterciopelado, que suaviza la realidad. Un recuerdo inventado en las noches que se hacen eternas; un recuerdo que no se parece en nada a vos. Y quizás sólo por eso es que te recuerdo.
Y cuando pienso en eso que me inventé, las lágrimas no tardan en correr. Se apresuran y ruedan por las mejillas, como si temiesen quedarse encerradas entre los párpados, como si no se aguantasen entre ellas y necesitaran esparcirse por mi piel.
Ésta noche tu recuerdo llegó más tarde que de costumbre, y le habló a mis oídos de tus ojos, le contó también de tus manos y tu voz. Y tuve miedo. La música estaba muy fuerte y había tanta gente a mi alrededor, que tuve miedo; no de tu recuerdo, sino de las lágrimas. Temí que se escapen otra vez.
Tuve que esconderme del llanto, y por un momento deseé que estuvieses ahí, sonriendo, para decirte que no hables, que me abrigues o me abraces. También hubiese querido pedirte que retrocedas el tiempo, que borremos algunos momentos. Quizás te hubiese dicho muchas cosas, quizás te hubiese pedido tantas otras; pero seguramente hubiese querido que te quedes, por primera vez y para siempre.
Y después de haberme escapado de las lágrimas y hablar por horas con tu recuerdo, entendí que estaba recordando al hombre que nunca fuiste. La noche ya se había hecho pequeña y tuve que hacer silencio porque, sin querer (queriendo), estaba pidiendo cosas que no existen.

viernes, 15 de enero de 2010

Besos


Besos que desmiembran los primeros trozos de piel; que queman en los labios y bajan por el cuello, que se enredan con la nuca y se pelean con las clavículas que salen a defenderse.
Besos que no son más que eso.
Besos, que se desprenden desinteresados de tus labios, que su piel virgen los recibe con inocente ilusión, que no temen en seguir descendiendo aunque no conozcan el resto.
Besos que se retienen en los pechos de la amante, que su sabor vuelve imperceptible el tacto de las manos inquietas que no se cansan de buscar entre las piernas de la mujer que (sólo por hoy) se recuesta entre tus sábanas.
Besos que no son más que eso.
Besos, que se cansan de los pechos y vuelven a los labios, que quieren recorrerla una y otra vez; que se aburren de los labios y se mezclan con las costillas, que son insaciables y se pierden en su ombligo.
Besos de labios que quieren saborear el vientre que aguarda latente; pero que se ven obligados a abandonar el cuerpo porque la amante confundida (hoy) no tiene ganas de amar.

Besos que no podrán ser más que eso; besos.