martes, 23 de diciembre de 2008

En vano

Siempre que me encuentro con las palabras es porque estoy al borde del abismo, rozando con mis labios el dolor, tratando de descuartizar sentimientos que no deberían estar donde están.

Siento que todo es en vano, tu sombra no deja de oscurecer mi mirada. Cuando por fin siento que mis piernas logran levantarse y dejar atrás tanto vacío, te encuentro en cada piel que toco, en cada palabra que digo, te escucho en el silencio de las noches y en la distancia de los sentimientos. Te descubro detrás de cada uno de mis miles de fracasos, tan sonriente, tan hiriente.

Te encuentro ahí, en cada persona nueva, en cada retazo de futuro. Y, quizás, hasta te busque en cada extraño sin darme cuenta.

Me costó un río de lágrimas inauditas, noches sin sueños, dolores punzantes en el alma… me costó tanto querer olvidarte.

Quizás en Diciembre, con el fin de la primavera, el presente comenzaba a desmenuzarse en mi boca. Sí, volvía a sentirme, ya no me desconocía. Me había empezado a reconocer en las palabras, en las miradas y hasta en la piel. Los sueños hacían grietas entre tantos recuerdos pesados, comenzaban a florecer. Ya no me dolían… hasta sonreía.

Una nueva ilusión se inventaba entre mis entrañadas, se agigantaba con cada frase, con cada contacto. La ilusión de volver a sonreír de verdad y para siempre, aunque para siempre solo signifique una cantidad finita de tiempo. La ilusión de volver a sentir las cosquillas en la piel, los vaivenes de la confusión, los tragos de felicidad.

Pobre ilusión ilusa, tan incoherente e inconsciente, tan de papel. Duró lo que un pestañeo, lo que un abrazo de despedida. Pobre ilusión ilusa, creció tan de golpe que sus cimientos no existían, se derrumbó con la primera brisa de la noche.

Y siempre todo es tan igual. Y siempre, todos los ríos desembocan en el mismo cauce. Y siempre, siempre vos.

Tanto abrigarse el alma y enjaularla para terminar pensando en vos. Tanto escaparle a un sentimiento que solo existe en mí, a un interminable pasado que se repite una y mil veces en mi presente, tanto todo para que siempre seas vos.

Todas las cicatrices me llevan a tu piel, y con un segundo de tus frases superfluas ya sonrío. ¡Y cómo duele! Cómo duele un mundo paralelo lleno de ilusiones destruidas, duele y destroza saberme tan débil, tan vulnerable a tu mirada. Duelen el alma y los ojos cargados de lágrimas a punto de lanzarse a recorrer las mejillas.

Y después de todo, lo más paradójico, lo que más duele y asfixia es mi verborragia, mi inútil verborragia. Tener la boca saturada de palabras, hablar y, en realidad, no decir nada; censurar los sentimientos; hacer de cuenta que desde hace años no me pesa el alma. Siempre pretendiendo arraigarme a otras personas, amarrar mis ilusiones a extraños. Y siempre que las ilusiones se derrumban… volver a vos.

Y sí, quizás, todo es en vano. Desde querer desprenderme del pasado hasta llorar por las nuevas ilusiones rotas, dando un paseo por las ganas de arrancarme el corazón, los intentos de comenzar una vez más, los deseos de encontrar lo que busco. Quizás todo es en vano porque, cuando me doy cuenta, siempre termino llorando por vos. Quizás todo es en vano porque, después de todo, tu sombra siempre termina opacándome los días.

miércoles, 10 de diciembre de 2008

Vos sabes

Los días cambiaron, algunos llegaron frescos, con soplos para el alma; otros fueron despiadadamente húmedos y oscuros. Los días y tantas otras cosas cambiaron.

Pero sigo siendo la misma. Aún lloro cuando me duele el alma, siento como las lágrimas se suicidan en la almohada. Mantengo la vieja costumbre de alistarme para ahogarme en la nostalgia. Vos sabes, los pasos previos: la ducha, el perfume, el vestido, un bolso lleno de hojas viejas, tintas nuevas y sentimientos molestos, salir corriendo a la calle y pensar dónde encontrarme con tanto dolor para regalarnos un momento y saborearnos.

Continúo siendo la misma enamoradiza de siempre, a la que se le dibuja una sonrisa gigante cuando mira a los pájaros volar y llenarse de libertad. La misma que llora cuando la sensación de nauseas constantes la atacan en medio de la noche. (Sí, todavía tengo miedo a vomitar, a que salga por mi boca todo lo que trago, todo lo que no quiero que se escape de mis tripas).

También la lluvia sigue haciéndome bien; me descomprime el alma, me enjuaga los dolores, limpia los recuerdos. Sigo quedándome hipnotizada cuando las gotas resbalan en las ventanas, cuando se aplastan en el suelo, cuando los charcos me devuelven fotografías del momento.

Sigo haciéndome y deshaciéndome entre confusiones. ¿Te acordás? Me gustaba hablarte de mis confusiones, de la laguna –senti-mental en la que me ahogaba, también me gustaba hablarte de mis sueños, mis dolores y mi infancia.

Todavía se me llena el alma cuando es otoño, cuando siento a las hojas crujir bajo mis pies. Y sonrío aún más si en el aire se respira aroma a tormenta por venir, a truenos por rugir.

Admito que sigo recorriendo caminos incorrectos, que me meto en bocas que no debo, que juego con el enemigo creyéndolo mí amigo; es que, vos sabes, puedo ser muy crédula e incoherente.

A veces te pienso, y aunque pasó el tiempo… hay tantas cosas que siguen igual en mí, sin cambios, como esa noche de bufandas colgando, manos congeladas y narices frías y rosadas.

Vos sabes… me quiebra la frialdad de algunas personas, el desinterés, la indiferencia. Me desgastan los sueños rotos, las ganas y no poder. Siguen sin gustarme los reclamos incoherentes, las ilusiones sin cimientos (¡y qué llena estoy de ellas!). Y para respaldar mis lágrimas, siguen gustándome tus manos, tu voz y tu risa; tu forma de apreciar las cosas más insignificantes, esa manera de hacer sentir a alguien especial. Aunque debo confesar que te siento diferente, pero estoy segura que entre esas palabras camufladas y ese desinterés hiriente, se esconde el mismo hombrecito que me hizo reír y llorar con la misma intensidad.

¿Sabes? Me seguís doliendo adentro, creí que no, que ese sentimiento de culpa y angustia había desaparecido, que se había esfumado en un verano que trajo consigo brisa marina y arena blanca. Pero otra vez acá, verte y saberte diferente… todo sigue igual.

Vos sabes, algunas cosas cambian y otras tantas se mantienen firmes entre los latidos de un corazón (un poco) descuartizado.

Vos sabes todo esto y mucho más, entonces, no hace falta que me mezcle entre las tintas y me revuelva las tripas para que me entiendas y me creas, para que te des cuenta que todo sigue perdurando en el tiempo, que en mí éste sentimiento inabarcable y ésta historia que nunca comenzó… no va a terminar.

lunes, 8 de diciembre de 2008

Dudo

La noche era muy oscura para entender lo que gritaban tus ojos; apenas miré más allá de tus pestañas y se te escondió el alma.

Pasé días sin verte y cuando por fin te encontré: estabas diferente. Tan distinto, tan distante y hasta, quizás, errante. Cuánto miedo me provocaron tus palabras, sonaban frías, desinteresadas. No miento si digo que después de hablar con vos, un mar de incertidumbres me ahogó.

Trato de entender qué paso, de buscar una respuesta para tanto rencor; y en esa constante búsqueda me paralizo y me estremezco entre los recuerdos de alguien que ya no sos.

Las dudas me carcomen, comienzan por los pies y, sin remordimientos, se deslizan por toda mi piel hasta llegar a mis pensamientos. ¿Puede alguien dejar de ser poesía eterna para transformarse en el eco de preguntas sin respuestas?

Y ahora sé que cuando vuelva a encontrar tu sombra entre las otras, me voy a asustar, mis manos y mi voz van a volver a temblar y, quizás, ría hasta llorar.

Y si te vuelvo a ver, tan conocido y desconocido a la vez, voy a llorar hasta reír. Las enormes lágrimas mutarán en exageradas carcajadas, sólo para recordarme que, quizás, es mejor verte partir.

miércoles, 3 de diciembre de 2008


A veces es mejor callar, sólo a veces.

Prefiero estar lejos

Se hace difícil comenzar cuando, en realidad, todo terminó. Ya no hay hemorragia verbal; antes las palabras salían a borbotones y dolidas, ahora la rabia de saberme crédula las contiene entre las tintas.

Hay historias que no quiero volver a repetir, hay hojas viejas llenas de promesas falsas que quiero tirarlas al viento.

Aún me cuesta caminar las mismas calles sin recordarte, aún cuando te veo me tiemblan los pies, las manos y el corazón. Pero yo no puedo enseñarte mi dolor, no puedo mostrarte mis lágrimas porque no supiste ser la poesía que necesitaban mis días, tampoco supiste ser el abrazo cálido, las ganas de sobrevivir ni las palabras verdaderas.

Y a veces, cuando te pienso, me pregunto: ¿Serás feliz así?, viviendo junto a extraños conocidos; sí, porque eso somos y eso fuimos para vos: extraños conocidos, porque siempre trataste de mancharte con nuestra esencia, pero nunca mostraste ni la sombra de la tuya. Siempre esperaste que todos aplaudan tus errores, respiras soledad pero la escondes entre las palmas de tus manos, te mentís y crees tus mentiras.

¿Acaso el reflejo de tu piel te devuelve lo que querés ver?, estas viviendo desesperado, sin escucharte, acelerando cada vez más tus palabras y tus pasos, como si alguien fuera detrás tuyo y quisiera atraparte; o como si te escondieses de vos mismo por miedo a encontrarte. Y así te vas a escapando de los sentimientos y los pensamientos que podrían llegar a herirte, a mostrarte un trozo de verdad, una porción de realidad. Quizás en algún momento pares y te escuches; te vas a escuchar tan fuerte, te vas a saber tan vos que todo se va a derrumbar. Todas las mentiras y las personas a las que lastimaste van a caer sobre tus espaldas quebrándote los huesos, quebrándote por dentro.

Y para entonces, yo no quiero estar ahí. No quiero ver como el dolor va a sacudir tu cuerpo, como las lágrimas van a brotar, como va a desaparecer tu falsa seguridad. No quiero verte arrastrado entre la tierra húmeda esperando sentimientos reales, no quiero ver como el rey de las mentiras necesita un poco de verdad.

Aún no se si algún día todo va a estallar, pero ante el miedo de sentir la explosión rasgando mi piel, prefiero alejarme de vos en silencio y cubrir mi cuerpo de tu reflejo.

lunes, 17 de noviembre de 2008

No puedo perdonarte

No creí que volvería a zambullirme entre las tintas tan pronto; tampoco creí que fueras a lastimarme. Y quizás por no creer tantas cosas, creí en vos.Quisiera vomitar mi verdad, pero prefiero hacer una regresión y saborear, de a poco, cada momento acumulado en mi piel.

Recuerdo y, sin querer, mis labios dejan ver una ilusa sonrisa cargada de melancolía. Las palabras vuelven a mi boca, pero la inquietante mueca las retiene más allá de las arcadas y los dientes.

Puedo acordarme de cada momento, de cada frase, de cada mirada… ni hablar de los abrazos urgentes y de los besos, a veces, indecentes. Pero lo que más recuerdo son tus manos jugando con las mías, las pieles lamiéndose, chocando desesperadas.

Y ahora lo único que queda es un río de lágrimas sin sentido.

Entre el último de los recuerdos encuentro una noche de primavera diferente. Vuelvo a ver esa noche con un cielo gris, nublado, amenazando con lagrimear; una brisa descontrolada por remover la tierra escondida entre las baldosas, una acción innecesaria, un golpe al corazón, un tajo profundo en los sentimientos.

Me veo, te veo y nos veo en esa noche. Yo, desconcertada. Vos, escupiendo culpa. Tus palabras me mareaban, me molestaban; miraba tus ojos y trataba de hundirme en ellos, pero te desconocía… te desconocía desde las pestañas hasta el alma.

Y ahora queda un sentimiento de cólera y culpa por haber creído en vos.

Ese amanecer fue interminablemente cruel, desgarrador. Volví a mi casa, las luces estaban apagadas, la soledad invadía cada rincón; podía sentir el frío de una primavera que moría con la salida de los primeros rayos del sol. Y ahí estaba yo: sentada, cigarrillo en mano, entre la oscuridad, la soledad y el frío de mis huesos.

Después de horas, logré dormir y, quizás, hasta soñé con vos. Deseos que no debí desear. Volví a verte escupiendo culpas, quejándote solo. Volví a verte pero no eras el mismo. Esa tarde el silencio se ganó tus labios, la mirada te pesaba, tus manos estaban tan lejos de las mías. Estuvimos horas mirándonos y riéndonos de la situación, de cómo habías pisoteado tantos días y momentos, de cómo íbamos a seguir. De vez en cuando reproché tus incoherencias, y de vez en cuando quisiste no escucharme.

No miento si digo que mis brazos no querían más que abrazarte, mi corazón quería no haber sido golpeado y mi mente quería borrar la noche anterior; pero aunque quisiera tantas cosas, no podía. No podía, ni puedo olvidarme.

Me arrepiento de no haber apretado tu torso en ese abrazo de despedida; pero aún me queda el recuerdo de tu aroma, de tu barba rozando mis hombros, de tu sonrisa, de tus lunares, de tu sabor.

Aún me quedan los recuerdos, el dolor en el alma y muchísimas lágrimas más; porque aunque quiera, no te puedo perdonar.

sábado, 15 de noviembre de 2008

De la espera

Siempre le pasa lo mismo. Se ilusiona, se cree las mentiras, se cae, se golpea y vuelve a creer. Prefiere vivir en una mentira nítida, donde todo parezca verdad, a vivir entre la niebla de la realidad.

Hoy la vi, se comía las uñas sin parar, la ansiedad galopaba por sus piernas inquietas, tenía el pecho estrujado y las lágrimas jugaban a recorrer su rostro, dejaban un halo de tristeza en sus ojos.

Llevaba el corazón en las manos, intacto y sin latidos, hermoso pero muerto. En algún momento, se le escapó una sonrisa picara que dejó escapar la inocencia de su esencia; después se volvió extrañamente verborrágica, escupía palabras al viento sin pensarlo. Pero confesaba que cuando tiene que pararse frente a ÉL las frases hechas se escapan, se esconden bajo su piel. Entonces ella se vuelve una marioneta, se somete en silencio a los juegos de ese extraño.

Sí, me contó que aún es un extraño; que las treinta mañanas que pasaron no sirvieron para conocerlo, que la irrita pero la hace reír, que la quiere viva pero, sin darse cuenta, la deja morir.
También dijo que odia su impuntualidad, que el reloj es un desatino cuando él tiene que llegar.

Pero, aún así, lo espera detrás de la puerta, con el bolso y la cámara lista, con una sonrisa inconmensurable, con un beso empañado, con inmensas ganas de recorrer su piel.

Y el tiempo pasa. Y no pasa nada.

Sigue esperando, detiene el reloj mental. Se inventa excusas para perdonarlo, para entender por qué no la buscó. Y se quita el bolso y la cámara de encima, también la paciencia; la sonrisa se vuelve una mueca hueca que destila cólera; el beso empañado se vuelve un beso sangriento de tanto morderse la comisura de los labios; y las ganas de recorrer su piel no son más que un recuerdo.

Ahora no quiere verlo; quiere esperar a que la lluvia la invite a jugar, quiere sonreír en algún parque y que el césped le haga cosquillas en los pies descalzos. Quiere olvidarse por treinta mañanas más; que los besos, las palabras y los días no pesen.

Pero en realidad, detrás de todas esas palabras, no puede despojarse de sus ganas de encontrarlo detrás de la puerta. Espera a que llegue porque le gusta ilusionarse, creer en sus mentiras, caerse, golpearse y volver a creerle.

sábado, 25 de octubre de 2008

Algo real

Ahora no puede quejarse, llora y se retuerce por algo real. Pero en ese llanto furtivo de mujer encaprichada, se pregunta si acaso hubiese sido mejor llorar por las ilusiones de papel bosquejadas por tanto tiempo.

Sola en su habitación, se desespera ante la tinta que intenta explotar y manchar el blanco de todas las hojas que esperan contar un sentimiento. Últimamente, le cuesta enfrentarse a las primeras palabras. No sabe como arrancárselas del alma, quizás porque las desconoce o porque no sabe con qué incoherencias puede encontrarse.

Sus acciones resbalan entre sus dedos, se escapan. Se desconoce en las palabras que solía conocer. No se encuentra en ella (mucho menos en él). Desconfía, mira hacia todos lados, sus pensamientos la carcomen, siente a la paranoia cubrirle toda la piel.

Ahora, vestida con canciones tristes, adornando sus cabellos con una falsa satisfacción, se desnuda frente a su conciencia, que es su peor verdugo. Se desnuda y se pregunta si seguir hacia algún lugar o volver el tiempo atrás. Se pregunta si las mentiras que él dice (y la hacen feliz, sólo de a ratos) son verdad. Ahora se pregunta por él, y no puede evitar dejar escapar un par de lágrimas que van a parar directo al suelo.

Él. Tiene los ojos del color de las hojas en primavera; inquietos, mirando siempre hacia todos lados, como buscando a alguien. Sus manos son graciosas y blancas, como todo su cuerpo. Las pecas adornan su piel. Su voz es áspera, da la sensación de romper su garganta mientras habla. Juega a decir la verdad, aunque diga mentiras. Juega a creerse sus mentiras. Y cuando habla, nunca mira a los ojos. Eso la desespera. La mujercita caprichosa no soporta que mientras hable, desvíe la mirada.

Hay otras tantas cosas que comenzaron a molestarle en éstos últimos diez días. Le molesta la tibieza de sus besos, su barba acariciándole el cuello y los hombros. Le molesta el abrazo desesperado, fuertísimo, asfixiante. Le molesta su mano recorriendo su columna femenina, su mentón, sus manos. Le molesta su visita sorpresiva: el timbre, la puerta, la calle, los autos, él y un cigarrillo en mano. Le molesta verlo esperando, saber (o al menos, creer) que espera por ella. También, le molesta su sonrisa contagiosa, sus celos, sus enojos, y tantas otras cosas. Pero sabe que el motivo de su molestia es que terminará cayendo entre sentimientos que comienzan a arraigarse. Sabe que con el paso de los días, va a terminar enredada entre sus mentiras, sus besos tibios y sus abrazos. Sabe que con el paso de las palabras, puede terminar en su cama.

Y ahí se queda, pensando en lo que pasa y en lo que puede pasar; pensando en que pensar, quizás, está demás. Así se queda, condenada a no saber qué será de los días que vendrán; pero mientras tanto, yo me animo a decirle que sonría, aunque con lágrimas en los ojos. Que sonría, porque al fin, llora por algo real.

lunes, 13 de octubre de 2008

Una mañana

Las ganas de morderse las bocas, de chocar las lenguas y moverlas con deseo. La ansiedad por sentir el sabor ajeno mezclarse con el propio y, así, confundirlo.
El río y su paso rápido por la tierra y su piel, la brisa primaveral los encontró con el abrazo entero y las miradas perdidas.
La mañana los descubrió fundidos en las ganas de devorarse los labios ajenos, de sentir la piel erizarse con el paso del viento, de achicar los ojos hasta no ver por el brillo del sol. La mañana los encontró juntos… pero también los separó.

martes, 7 de octubre de 2008



En mi piel se clava tu dolor.

lunes, 6 de octubre de 2008

Confusión

Vanamente, trata de amordazar y callar sus sentimientos. Tiene la piel tan virgen y gastada, la recorre solo con la mirada pero los días la quebrantan. Las pupilas le brillan inconmensurablemente, pero los parpados se complotan, se adhieren y esconden la luz tras la húmeda piel.
Busca en su pasado los recuerdos que no la dejan respirar, nos los encuentra, se frustra, espera.
Desespera.
Repasa cada instante, se vuelven insoportablemente despiadados.
De a poco, sus ilusiones se consumen junto a cada cigarrillo. Los gritos silenciosos le desgarran la garganta, se muerde la comisura de los labios para mantenerlos encerrados dentro de su boca.
Se confunde. Los recuerdos, los sentimientos, los olores y las palabras la alejan y la acercan a mundos paralelos que no logra entender.
Las personas se mezclan con sus tripas, se hacen parte de su ser. En su piel se incrustan para siempre la intensidad de las miradas, de los abrazo, de las palabras jamás dichas, del rechazo.
Y vuelve a confundirse. Vive en una eterna confusión que la asfixia, le carcome los pensamientos y le envenena el alma. Se despide una y mil veces de sus recuerdos; pero siempre vuelven. No logra dejar su pasado aplastado entre los capítulos de un libro que no volverá a leer.
Y así, solo logra amordazar sus ganas de libertad, de sonrisas y sueños. Así sólo logra despojarse de los oníricos pensamientos de dejar de retorcerse por sus recuerdos.

miércoles, 24 de septiembre de 2008

A un amigo.

Meses antes, armabas tu maleta en la mente; y aunque decías que en poco tiempo te ibas, esas palabras no me golpeaban. No lo hacían porque no quería que te vayas, tampoco quería creer que te ibas.
Y cuando te fuiste, algo en mí se quebró, algo perdió estabilidad. Cuando te fuiste, me quedé seca en una laguna mental, casi sin palabras.
Aunque no te fuiste para siempre, sabía que todo iba a cambiar. Vos. Yo. Nuestra amistad.
¡Y qué triste me pone!
Porque, con el paso del tiempo, descubrí que no estaba errada. Todo cambió, los días nos llevaron por caminos distintos, por sentimientos diferentes. La vida, que nos unió, nos apartó.
No miento si digo que, cada vez que te recuerdo, tantos sentimientos antagónicos se expresan en mi mirada. Por un lado: te extraño, pero te extraño diferente, con una punzada en el alma, que duele, que hiere. Y por otro: te odio, me odio y odio los caminos que elige ésta vida; los odio por haberme hecho quererte tanto… y por arrancarte de mi vida de un tirón.
Es paradójico… el Indio de la Plaza Italia se fue un poco antes que vos. No estuvo por muchos meses (ahora lo reconstruyeron), y cada vez que pasaba por la plaza… me era inevitable acordarme de vos, de tantas tardes y charlas que pasamos ahí. Y el agujero negro que dejó en ese mural es tan representativo. Así estoy porque, de cierto modo, entiendo que te perdí, que nada es igual y que, posiblemente, nada vuelva a ser igual.
Así estoy, con un agujero negro que se esparce en mi corazón. Me falta un trozo de alma, y ese trozo estaba lleno de tus sonrisas, tus palabras, tus abrazos. Lleno de vos.
Sé que crees que la culpa de tanta distancia la tengo yo, pero te aseguro que (y quizás ni siquiera me creas) aunque no te visite, no te llame, no hablemos… te extraño y te sigo queriendo como el primer día. Es difícil olvidarse de gente como vos, gente que llena tanto el alma de uno que no hace falta más nada.
Entiendo que tus sentimientos hayan cambiado, pero me duele. Me duele tanto decirte que te quiero y que seas indiferente, me duele no poder decirte que lloro y te extraño, que me haces falta, muchísima falta, que me gustaría volver el tiempo atrás y no haber dejado tan abandonada la hermosa amistad que teníamos. Me duele el alma, y aunque antes te decía todo, ahora ni siquiera puedo decirte “hola” sin miedo.
Me callo, no porque no quiera decirlo o no me importes, sino porque te siento tan diferente, tan distante que tengo miedo de tu indiferencia.
Me callo por la distancia, pero no por la distancia de kilómetros que nos separan, sino por la distancia de nuestros corazones que, ahora, son tan indiferentes entre sí.
¿Pueden las cosas cambiar tanto? A veces, sí.
Pero más allá de todo eso, te voy a seguir queriendo con el alma, porque eso eras: mi amigo del alma.

lunes, 22 de septiembre de 2008

De vos


De tus cabellos negro azabache, quedará el aroma resguardando el aire.
De tu mirada, quedará la profundidad de sus dolores.
De tus labios sobre los suyos, quedará un sabor amargo, abandonado.
De sus cuerpos, un instante herido, un lugar vacío.
De tu adiós, se desprenderán sus lágrimas.
De tus palabras, quedará un silencio suspendido en el aire.
De tus entrañas, se desprenderán olvidos que lo corromperán.
Y de tu vientre, se desprenderá la sangre más virgen que lo manchará.

domingo, 21 de septiembre de 2008

Virginia

Sus recuerdos se habían esfumado con la brisa otoñal; sus días ya no sabían a dolor; su alma había dejado atrás las lágrimas invisibles y sólo regalaba sonrisas puras al nublado firmamento. Pero la tempestad llena de sentimientos volvió a caer sobre sus hombros dormidos.

Y Virginia creyó en la ilusión una vez más.

Tomó con sus manos aquella gran luz que yacía en su interior pero, ésta, poco a poco se apagó.
Sus ojos volvían a buscar la noche estrellada, y en un sinfín de latidos desesperados llenaba de lágrimas su rostro.
Algún anónimo la vio caer sobre sus sueños y sumergirse en un mar de añoranzas e imposibles. Algún ave sin alma vio a sus alas despedazarse ante el vuelo deseado.

En el silencio de la eternidad, su cuerpo se sintió frío, distante, muerto y sin pena; su alma, deshojada de rencores y quimeras perdidas, no supo esperar y abandono sus anestesiadas alegrías y sus inolvidables tristezas para no volver más.

Buscando-te

Camino descalza mientras las cosquillas se deslizan por mis pies. Enciendo mi último cigarrillo, a ése que le contaron que pronto ibas a llegar. Mientras el papel y sus tóxicos crujen de placer, aspiro el humo devorándome los sueños. Me muerdo la comisura de los labios entre la noche y la mañana. Espero. Desespero. Me dejo hipnotizar por el humo del cigarrillo que contornea el aire, desfigurándolo, rearmándolo. Entonces el aire se vuelve visible, palpable. Y las esperanzas se agigantan mientras los miedos persisten.

Indeseables, maniatados… los sueños se me van escapando. Ahora las cenizas adornan el piso frío y húmedo. Se ven tan lejanas y diminutas que me dejo caer para observarlas mejor. Me recuerdan a vos. Podrían ser tan parecidas o tan distintas. Podrías estar tan consumido como encendido.

Y la espera, ahora, me desespera. Entonces, mis pies, que ya no sienten cosquillas, se calzan de valentía y salen a buscarte –no sin antes pisotear la colilla de aquél último cigarrillo, a ese que le contaron que pronto ibas a llegar-. Ahora te buscan esperando encontrarte, aún sabiendo que las ilusiones son siempre un engaño.

De las cosas que pide

Sus días pasan sin prisa, mientras ella pide tanto en tan poco.
Espera a las noches quietas, sin voces ni sonidos para que tu voz la sorprenda en silencio.
Se come las uñas mientras sus pensamientos azotan las paredes de su mente hasta que tu tacto la salve.
Anhela sentir el invierno recorriendo su piel, ese frío constante que saca a pasear las manos heladas de tanto esperar que tus brazos le entibien los huesos.
Busca en los viejos rincones canciones para llorar, y se despide de las lágrimas sin verlas llegar.
Ella busca las espaldas azules que no puede encontrar, una frase perdida, un libro mojado, una palabra callada, una mirada censurada.
Se duerme pensando en tus ojos cerrados y se despierta enredada entres sábanas llena de sueños imposibles. Se sienta en bancos desiertos, esclava de sus sentimientos indefinidos. Se esconde de las voces que le gritan, se acaricia el alma mientras el sol le ilumina la piel gastada.
Ella busca tu inocencia perdida entre las sonrisas de algún niño que juega a no reír.
Cuando te siente ausente, se llena el cuerpo de cosquillas hasta explotar.
Y sus días pasan sin prisa, mientras ella te pide a vos lo que no sabe dar.

Menos oscuro

Se desviste sin pensarlo. Deja que su cuerpo sea coronado por el crudo invierno que acompaña a la soledad.
Su piel se deja retorcer por los recuerdos amargos. Su mirada se escapa hacia el crepúsculo que la ve desnuda y vacía desde arriba. Se deja caer entre margaritas y sueños inconclusos, entre tardes y noches que aún no llegaron.
Se pregunta sin pausa ¿dónde quedaron las ilusiones cercanas y la locura inaudita de saberte suyo?
Y ahí te encuentra. Tan devastado y lleno de desesperanza como ella. Bebe de tu sangre mientras se sacia de placer, se mezcla entre tu carne para sentirte otra vez.
Y se revuelca, juega entre tus huesos fríos, esos que alguna vez entibiaron sus inviernos con desinteresada libertad.
Ahora se corrompen en silencio, sin pronunciar un grito de dolor. Se despedazan sin miedo. Y entre lágrimas furtivas se entienden sin decirlo.
Los cuerpos se despiden destilando su futuro, agarrados de la mano parten hacia un sol menos oscuro.

Algún extraño (conocido)

Y otra vez el corazón amordazado, con sus paredes llenas de candados, una vez más el miedo a caer en la red de ilusiones que termina atrapando a los sentidos para asfixiarlos lentamente.

Entonces esquivas las miradas que hablan, el tacto que envenena de placer, las palabras que acarician el alma… te sentís a salvo esquivando su piel.

Te escondes entre las sombras de algún sueño viejo, entre las sonrisas -que no son más que un lejano recuerdo-, entre las lágrimas saladas y el sabor de sentirte incapaz… pero viva.

Ahora algún extraño conocido comienza a deshacer el caparazón de tu corazón con sus tibias manos, corrompe tus esquemas para dejar su indeleble huella en tus recuerdos. Y mientras respira agitado, tus oídos se dejan estimular por cuanta frase esperada pronuncie.

Una vez más volviste a desabrigar a tu joven corazón, dejándolo desnudo e indefenso frente al invierno que -a tus espaldas- ese extraño bosquejó.

Golpe al corazón

La envolvían las mismas calles, ahora, vacías. Acaba de aspirar la última pitada de su cigarrillo. Lo tiró desinteresadamente y lo siguió con la vista para ver donde acabaría de apagarse. Volvió a fijar la mirada en las calles, mientras llevaba el corazón en sus manos. Sentía la sangre escurrirse por sus palmas que, con el movimiento, llegaba hasta las muñecas. Caminó sin rumbo por la ciudad apagada… sentía ese aroma a invierno próximo, a soledad penetrante.

No deseaba recordar los últimos instantes, pero cuál premonición, las palabras de ese hombre gris le azotaban las paredes de su mente. Se dejó caer en un frío banco de la Plaza 25 de Mayo, se dejó adormecer por el dolor, ahora sólo podía sentir la tibia luz de los faroles y el canto de los grillos insomnes. De vez en cuando se preguntaba si iría a apagarse como aquél cigarrillo que siguió con la mirada.

Se durmió, o quizá sólo quiso creer que cayó en un pesado y blanco sueño donde el hombrecito –ya no gris- le acariciaba, con sus suaves manos, los sentimientos.

Alguna brisa, encaprichada con recordarle su pesar, danzó fuertemente entre la bufanda que le colgaba del cuello, y con ese leve pero triste movimiento despertó de sus deseos.

Volvió a saberse a oscuras, tan –o más- vacía que aquella plaza nocturna. Pero para asegurarse de que no estaba soñando, volvió a mirar a sus manos… el susto le secó la garganta, pues sus manos seguían ensangrentadas pero el blando corazón ya no estaba.

Cuentan algunos grillos que algún extraño se lo robó, otros, entre canto y canto, dicen que a su cuerpo volvió.

La única certeza que tienen los grillos cantores, los faroles encendidos y los bancos fríos es que ella, entre suspiros y balbuceos, esbozó una sonrisa –sin pena- mirando fijo al hondo cielo.

Paisaje de mujer

En el inalcanzable horizonte vio dibujarse un paisaje femenino que, sin palabras, lo invitó a recorrerlo.

Él, inseguro pero ansioso, caminó kilómetros de desesperación hasta llegar a sus pies descalzos. Comenzó a transitarlos sin prisa, produciendo cosquillas que terminaron saliendo de los labios del paisaje en forma de eternas carcajadas. Continuó subiendo por las blandas piernas que, de vez en cuando, dejaban ver venas azules y violetas. El hombrecito las miraba extasiado, mientras su imaginación comenzaba a regalarle formas preciosas al mapa formado en sus extremidades.

Pero no se detuvo.

Siguió avanzando hasta llegar a su vientre. Dejó que su cabeza se desplomara contra la casta piel y, entre sueños y palabras mudas, se sintió un niño a punto de renacer. Un poco más arriba, sus manos se abrazaron a la espalda -coronada de melancolía-, se sostuvieron tan fuerte que parecían corromper los omóplatos para dejar salir las alas invisibles que yacían bajo los huesos tibios.

Silencios después, ella acarició los negros cabellos del amante con sus heladas manos -esas que congelan los momentos al azar-. Y él, despertando de su niñez, se desafió a navegar entre los labios inquietos de un paisaje que pronto se volvería a alejar.

Melodía con sabor a despedida

Los caracoles le adornaban los tobillos mientras la blanca arena le ensuciaba los pies. Su alma estaba llena de sonidos desconocidos y los oídos saturados de cosquillas indecentes.Tenía las manos resquebrajadas por la sal de sus días y los sueños oscuro por el abismo que envolvía sus noches.Las huellas la seguían en su lenta caminar, plasmándose en la casta arena. Las almas desconsoladas suspiraban provocando una fuerte brisa que le zumbaba el cuerpo.

Y acompañada por una melodía -con sabor a despedida- que le erizaba la piel, se adentró en las olas anestesiadas para dormir eternamente su dolor.

Para siempre

Te encuentro, no me encuentro. Cuando logro encontrarme, te pierdo.

La silenciosa despedida rasguña mis oídos, deshace las ilusas posibilidades de mantener tu tacto tibio. Y me visto con desamores, me araña la desesperanza. Los días mutan en una llovizna fría e interminable que carcome mi piel hasta llegar a mis huesos.

Me desgarro, me desangro.

El rencor y la agonía explotan por mis labios. Las palabras salen a borbotones; incoherentes, inconscientes. Frenética, te busco con la mirada y te grito, en silencio, siempre en silencio. Te veo, inmortalizo ese instante en que tu existencia se cruza por mis pupilas. Guardo ese momento entre mis frías manos, y lo aplasto, con dolor y satisfacción. Te siento crujir entre los finos dedos.
Siento tu piel escurrirse entre las palmas de mis manos. Y río… con una carcajada que parece salir desde el fondo de mis entrañas, desequilibrada, desesperada.

Me veo una vez más, y ahora sos vos quién me aplasta. Estrujas cada centímetro del corazón que me quedaba. Y ya no río. Lloro. Lloro al compás de las gotas de lluvia que no cesan de caer.

Y me extingo. Para siempre.

De las cosas que quiero darte

Quiero darte una mirada húmeda y profunda, que inunde las sequías de tus ojos.
Quiero darte alas jóvenes, limpias… libertad fresca.
Quiero darte sonrisas inmaculadas, sin muecas siniestras.
Quiero darte noches eternas de luna llena, amaneceres claros y atardeceres despiadadamente anaranjados.
Quiero darte la calma del río en las siestas de verano, el placer de sentir a las hojas secas –en otoño- crujir bajo mis pies.
Quiero darte la firmeza de la tierra y lo volátil del cielo.
Quiero darte una razón, o un millón de ellas, para seguir respirando el mismo aire.
Quiero darte, besos después, una despedida con sabor a bienvenida de lo que efímeramente se escapa entre las arenas del tiempo.
Quiero darte, besos después, un recorrido por mi impenetrable piel.
Quiero darte, besos después, besos también.
Quiero darte furtivas lágrimas de felicidad, momentos que aún no llegarán.
Quiero darte sombra en la escuridad, restos de algo que no va a sobrar.
Quiero darte una parte de nuestros mundos aparte.
Quiero darte las cosquillas, las palabras y las quejas; los silencios inoportunos y las frases incompletas.
Quiero darte la incoherencia que te falta.
¡Y cuántas cosas más quiero darte, que ni siquiera las recuerdo!
Pero antes de darte lo que quiero que tengas, quiero darte un alma, una piel, una esencia.
Quiero darte un nombre, y nombrarte cuantas veces quisiera.
Y así, quizás, lograr que más allá de mi mente… existieras.

Soledad

El dolor punzante dentro del tórax, ahí donde el pecho se infla y se desinfla al ritmo de la respiración. Ahí adentro algo se quemaba, algo se partía. El corazón, el alma.

Pasé días tirada en la cama, sin querer abrir los ojos, evadiendo la realidad (que tanto busqué).

Las lágrimas crónicas manchaban la almohada, la esencia se escurría entre las sábanas grises. Y la piel. La piel se descamaba, los restos de compañía se desprendían de la carne. El sol de la mañana sacudía mis persianas, trataba de despegarme de aquel lecho que, poco a poco, me quitaba hasta las ganas de respirar –las demás se habían ido con él-.

Ya no quedaban sonrisas ni palabras, se habían esfumado entre las penumbras de mi habitación.

En mi rostro solo habitaba una mueca hueca que marchitaba mi mirada. Mientras la garganta quemaba, los gritos se suicidaban en la almohada. El dolor me arañaba el cuerpo, me dejaba marcas en la piel. Y la soledad. La soledad me arañaba el alma, me desgarraba por dentro.

Todo se corrompía, sentía al mundo venirse abajo, venirse sobre mí. Sentía que los recuerdos me golpeaban la espalda, caían sobre mis omóplatos, y me pesaban. Me quebraban.

El corazón se sacudía, como queriendo librarse del sufrimiento. Se arrastraba por debajo de las costillas, quería salirse por mis pies y, por fin, ser pisoteado sin piedad. Quería que lo aplasten, dejar de latir por el dolor y la represión.

El miedo de no volver a verlo se agigantaba con el paso de las horas, aunque yo así lo había querido. Fui la directora y protagonista de mis deseos, que después, ya no desee.

A cada segundo, algo en mí se enfermaba, se corrompía. Nada era igual, todo sobraba en esas cuatro paredes: las fotografías y las canciones que eran solo recuerdos, los abrigos que ya no podían entibiarme, las persianas que siempre estaban cerradas, y la puerta que, pensaba, jamás iba a cruzar. Aunque sufría, no quería salir de ahí dentro y enfrentarme a un posible encuentro. Mis deseos eran indecisos, aún no descubría si quería encontrarlo. Prefería estar tirada en ese colchón esponjoso, mientras el antagonismo de mis días me consumía.

Y allí estuve, días y noches comiendo soledad, bebiendo soledad, escupiendo soledad, tragando soledad, vomitando soledad.

Y así me acostumbré, me acosté con la soledad, dormí con ella mientras me abrazaba la espalda. Aprendí a cuidarla, a amarla. Y ya no me acordé de él y su compañía, la soledad me abrigaba el alma.

Allí estuve, y aquí estoy, días y noches.

Con soledad.

En soledad.