No voy a dejar las palabras,
aunque a veces se me pierdan,
aunque -quizás- se escondan detrás de un espejo
o debajo de un montón de libros empolvados.
No voy a dejarlas;
no voy a dejar que me dejen;
aunque ya no sean inocentes,
aunque hayan quedado llorando en una esquina,
en la palma de mi mano
o en la punta de mi lengua.
No voy a dejar que me dejen,
porque quiero guardarlas para siempre,
aunque la eternidad dure un instante,
un repentino y fugaz parpadeo desesperado.
No nos vamos a dejar
porque fui yo quien las salvo del olvido,
y fueron ellas
-compañeras inquebrantables-
quienes me salvaron del abismo.
1 comentario:
Hace mucho no escribo ni mucho menos leo, genial!
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