Inquietas, las palabras ya no saben cómo acomodarse entre el
polvo de las hojas que descansan en una esquina olvidada de la habitación. Se
muestran tímidamente entre los renglones de algún papel amarillento; casi acostumbradas a reposar en el olvido.
La eternidad pasa entre sus siluetas mientras la madrugada
se viste de un frío que corta el aire. Palabras sobrevivientes, sin abrigo, sin
memoria que las retenga, sin voz que las reclame. Se arriman sin pronunciarse
al borde de los cuadernos y van cayendo
una
tras
otra
despacio, en silencio, matando cada una de las historias que
se esconde detrás de sus líneas.
La hemorragia verbal inunda la habitación,
letras de todos los tamaños y todas las formas se esparcen desde aquél rincón.
No
pude salvarlas, el universo de palabras se desvaneció y con él todo lo que
alguna vez no pude callar.
Y mientras las palabras viven sus horas muertas, me envuelvo
la mirada con las hojas abandonadas,
cada vez más largas,
cada vez más blancas.
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