sábado, 15 de noviembre de 2008

De la espera

Siempre le pasa lo mismo. Se ilusiona, se cree las mentiras, se cae, se golpea y vuelve a creer. Prefiere vivir en una mentira nítida, donde todo parezca verdad, a vivir entre la niebla de la realidad.

Hoy la vi, se comía las uñas sin parar, la ansiedad galopaba por sus piernas inquietas, tenía el pecho estrujado y las lágrimas jugaban a recorrer su rostro, dejaban un halo de tristeza en sus ojos.

Llevaba el corazón en las manos, intacto y sin latidos, hermoso pero muerto. En algún momento, se le escapó una sonrisa picara que dejó escapar la inocencia de su esencia; después se volvió extrañamente verborrágica, escupía palabras al viento sin pensarlo. Pero confesaba que cuando tiene que pararse frente a ÉL las frases hechas se escapan, se esconden bajo su piel. Entonces ella se vuelve una marioneta, se somete en silencio a los juegos de ese extraño.

Sí, me contó que aún es un extraño; que las treinta mañanas que pasaron no sirvieron para conocerlo, que la irrita pero la hace reír, que la quiere viva pero, sin darse cuenta, la deja morir.
También dijo que odia su impuntualidad, que el reloj es un desatino cuando él tiene que llegar.

Pero, aún así, lo espera detrás de la puerta, con el bolso y la cámara lista, con una sonrisa inconmensurable, con un beso empañado, con inmensas ganas de recorrer su piel.

Y el tiempo pasa. Y no pasa nada.

Sigue esperando, detiene el reloj mental. Se inventa excusas para perdonarlo, para entender por qué no la buscó. Y se quita el bolso y la cámara de encima, también la paciencia; la sonrisa se vuelve una mueca hueca que destila cólera; el beso empañado se vuelve un beso sangriento de tanto morderse la comisura de los labios; y las ganas de recorrer su piel no son más que un recuerdo.

Ahora no quiere verlo; quiere esperar a que la lluvia la invite a jugar, quiere sonreír en algún parque y que el césped le haga cosquillas en los pies descalzos. Quiere olvidarse por treinta mañanas más; que los besos, las palabras y los días no pesen.

Pero en realidad, detrás de todas esas palabras, no puede despojarse de sus ganas de encontrarlo detrás de la puerta. Espera a que llegue porque le gusta ilusionarse, creer en sus mentiras, caerse, golpearse y volver a creerle.

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