miércoles, 29 de julio de 2009

Palabras, palabras, palabras.




Comenzar se hace cada vez más difícil. A veces porque pienso contar suspiros ajenos, como si aquella de las historias y yo no fuésemos la misma. Otras veces porque, como dicen algunos, la calma antecede al huracán; entonces las noches son apacibles y sobrevivo sin sollozos en la madrugada fría antes que se desate la tormenta. Y no, no siento la necesidad de aplastarme el corazón contra un papel y agujerearlo con la birome hasta que sangre. Y algunas (¿muchas?) veces, porque no sé si estoy estrujando un recuerdo o un sentimiento.
Pero ésta es una de las noches en las que quiero desgranar mi suspiro, en las que reventaría mi corazón contra una hoja, en las que me llueve tristeza adentro, en las que el recuerdo de un sentimiento apenas me deja respirar.
Es difícil comenzar cuando sé que esto ya debería haber terminado, cuando no debería haber ni una sola palabra más. Pero aún así, son ellas, las palabras, las únicas que alivian el dolor.
Todo lo que sé es que siempre me callé, y ahora tengo tantas palabras que quieren salir. Palabras que me abren la piel, vírgenes, que quieren salir, que quieren encontrarte y meterse entre las mangas de tu saco, subir por tus brazos, recorrer tu cuello y quebrarte hasta los tímpanos. Palabras que se desesperan por saberse vivas, por saberse con una voz que las pronuncie. Pero es difícil, sí. Es difícil cuando fueron años de silencio, años de ir censurando sentimientos por miedo.
Tuvieron que pasar semanas, meses, de ni siquiera verte, para que el silencio sea cómodo, para esconder en la oscuridad todas las cosas que quería decir. Y cuando por fin el silencio ya no era el ruido que por las noches no me dejaba dormir, cuando entendí (o quise entender) que callarse era más fácil que hablar, cuando por fin la rabia se esfumó… vinieron tus palabras. Tan fingidas, vacías, básicas. Vinieron todas juntas, en un centenar de preguntas y frases que no quería escuchar. Una detrás de la otra, cayendo sobre mí. Una más pesada que la otra, rompiéndome desde afuera hacia adentro, desde adentro hacia afuera. Pero quebrándome, al fin.
Y después de eso, me olvidé de todo y de todos. Menos de vos. Porque tus palabras no son sólo eso, ellas son tu presencia, tu cuerpo hecho viento, son un rechazo al olvido, un recuerdo vivo, un puente que me obliga a cruzar a ese trozo de sentimiento que creía deshecho.
Y son, también, tu tregua, porque después de ellas, siempre te ausentas, desapareces entre los últimos susurros dejándome todos los demonios en la almohada. Y las mías… las mías siempre tan dulcemente ilusas, tan poco fuertes, invisibles.
Mis palabras, mis vírgenes rebeldes, enjauladas entre las mandíbulas. Las que nunca van a hacerse viento con mi voz. Las que nunca vas a entender, porque aunque las tuyas vuelvan y las mías se mezclen con ellas, las mías nunca van a decir lo que vos querés escuchar.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

¿Por qué?

el ishmail dijo...

Hola!

Me encanta leer tu blog. Al mirar tu foto pensé en amy winehouse, pero no, tú sí que eres guapa. Y joven! ;)

j. dijo...

Ellos siempre aparecen cuando una piensa que ya los enterró por completo, y provocan un desastre. A usted, señora, siempre la admiré en su escritura.
Un abrazo.

Claudel dijo...

el olvido nunca es un descuido
de tan buscado borra imagenes
rostros
cuerpor
hasta meses enteros puede borrar
pero
las sensaciones se guardan
como en una mochilita paralela
chiquita
potente
x siempre?

Claudel dijo...

el olvido nunca es un descuido
de tan buscado borra imagenes
rostros
cuerpor
hasta meses enteros puede borrar
pero
las sensaciones se guardan
como en una mochilita paralela
chiquita
potente
x siempre?