domingo, 29 de agosto de 2010

No estoy durmiendo



Eran las tres de la mañana y, tal vez, debía dormir. Pero no quise, prefería retener entre los párpados a tus ojos café cuando se hacen dos ínfimos puntos que se pierden en el infinito; prefería acordarme de las pecas que se desnudan cada vez que miras al sol.
Me levanté de la cama y no dormí hasta repasar cada centímetro de tus labios, de tus manos inquietas. Me levanté y creí estar dormida. Antes, solamente cuando soñaba la sonrisa no se esfumaba, solamente en la almohada podía encontrar lo que buscaba. Y ahora, ahora tu piel me obliga a despertar, me devuelve a la realidad de la que siempre quise escapar.
Las horas nos siguen descalzas, sigilosas; sin notarlo, todo rezuma en vértigo, en un cosquilleo incesante que nos invita a lanzarnos a un abismo, a un devenir del tiempo que no espera o nos espera. Y te tengo cerca y los cuerpos tiemblan, las palabras parecen pocas y los silencios vuelven en una brisa que despeina pero no incomoda.
Y aunque quise escaparme, estás acá. Y cada nudo se va atando, se van armando de coraje las palabras que nunca antes quise decir, y salen, salen al mundo a abrazar el aire, a estrellarse contra tus oídos que las escuchan sin miedo.
Nos animamos a saltar sin saber a dónde vamos, caemos sin saber dónde está el suelo. Las tristezas se van borrando, se alejan en el vuelo. Y el vértigo se vuelve dulce, casi perfecto.
Y, aunque parezca incierto, estamos cerca y no estoy durmiendo.

sábado, 7 de agosto de 2010

De esa noche

No te vayas, no todavía.
No te pongas los zapatos; no estoy lista para verte cruzar la puerta de este cuarto.
Quedáte un rato más, te prometo que en la mañana me duermo y te dejo escapar.
Si te vas con la noche, ya sabes: nunca pude dormir de noche. Y si te vas, justo ahora que la luna nos mira, que los grillos nos cantan y nos aturden, ahora que hace frío y me acostumbré a tenerte cerca. Justo ahora que el reloj marca las tres y no voy a poder dormir.
No te vayas con la noche, porque tengo los ojos tan abiertos, las sábanas tan desprolijas y las almohadas por el suelo. Tengo el instante tan presente.
Quedáte un rato más; cuando afuera está oscuro, la cama de una plaza se hace gigante y prefiero, sólo por hoy, que la llenes vos y no algún recuerdo. Si te quedas, te prometo no fumar acostada y poner la música más baja.
Por eso, quedáte. Quedáte hasta que el sol lastime los ojos y la cama vuelva a ser pequeña e insignificante, fugaz e inentendible como nuestro encuentro.
Si te vas con el día, prometo no volver a mirarte.
Pero si te vas con la noche, vos me conoces. No me voy a olvidar.