miércoles, 18 de mayo de 2011

Madrugada

Tengo los labios desiertos, secos; como vastas y amorfas montañas de arena; impacientes, pero sin poder sangrar.
El vientre se me retuerce en el devenir de la madrugada que, sin saberlo, te fuiste.
Esa noche me quedé espiando, sin parpadear, cada espacio de tu piel. Me quedé en el tiempo, y el tiempo, entonces, comenzó a devorarme. Se repitió una y otra vez en mis entrañas, revolviendo cada segundo para terminar y volver a comenzar.
Entre mis párpados sólo se esconde el muro de mentiras que no supiste sostener; el vaivén de palabras indecisas que tu boca no pudo dejar correr; la mirada desviada por vergüenza o por error; una mueca siniestra que no supiste ocultar.
Te fuiste tan lejos; te perdiste tan rápido entre la soledad de la noche, que ni siquiera recuerdo tu olor; sólo fragmentos desordenados de tu piel.
Y mientras esa madrugada se esparce y se repite entre mis pestañas; las sábanas me parecen gigantes. Y mientras esa madrugada me araña los sentidos, tus recuerdos suben por las patas de mi cama y me destrozan, sin piedad, las ganas de volver a creer.