miércoles, 25 de febrero de 2009

Vaya uno a saber

Se pregunta si todo será siempre igual. ¿Acaso recorrerá el mismo camino empedrado una y otra vez? Desde que aprendió a sentir, todo rezuma dolor. Todo es una complicación de pensamientos que se entrecruzan sin cesar, una compilación de sentimientos que no se puede arrancar.
Los recorre a cada uno con su mente, los conoce –casi- de memoria. Al principio tan indefensos, luego de días y palabras, tan siniestros.

No puede dormir, da vueltas por debajo de las colchas y, en cada vuelta, se encuentra con algún recuerdo. Llora escondida entre las sábanas, ahogando el llanto desesperado en las almohadas. Se traslada, sin querer, a cualquier día que pasó, a algún abrazo o roce. Vuelve, recorre la habitación con los ojos hinchados, todo está donde debe estar, menos su corazón.

No puede dormir, se levanta y sale al patio. Está lloviendo. El cielo llora desesperado sin pudor, grita y la hace temblar. Prende un cigarrillo y canta en voz baja para ahuyentar a los recuerdos que quieren colarse una vez más.

Se le mojan los pies, la espalda y la cabeza, pero no se mueve. No tiene pensado salir de la lluvia. Se moja desde la piel hasta el alma. Quiere lavarse, enjuagarse tanto dolor sin sentido. Y en ese momento, cuando todo comienza a desaparecer, sonríe y deja escapar una lágrima que se mezcla con las del cielo. Pita el cigarrillo, expulsa el humo con asco, y se muerde las comisuras de los labios mientras piensa en todo lo que tiene para dar, pero no tiene a quién.

Nunca supo a quién entregarle sus ilusiones recién armadas, fue por eso que se las entregó a cualquiera. Y así terminaban las ilusiones. Rotas, pisoteadas con gusto, tan destruidas que, ni siquiera, las podía rearmar.

Debía volver a comenzar, juntaba trocitos ínfimos de sueños, los pegaba con paciencia, cuidaba de ellos hasta encontrar un nuevo extraño a quién dárselos. Y siempre terminaban despedazados. Decidió que era en vano pretender que alguien cuidase sus sueños, así que quiso guardarlos en su corazón. Permanecieron allí, encerrados bajo candados, por mucho tiempo.

Hace días, sin querer, dejó abiertos los candados y todas las frágiles ilusiones escaparon. Fueron a caer en las espaldas de un desconocido con palabras encantadoras. La mirada de ese hombre caló profundo en su piel hasta llegar al centro de sus huesos.

Él aún no lo advirtió, pero ella desespera pensando qué será de esas quimeras encendidas que reposan en su espalda, ¿acaso recorrerán el camino empedrado una y otra vez, o por fin serán arena blanca debajo de los pies?

1 comentario:

Anónimo dijo...

No sé quien ni cuando habrá dicho eso de que la esperanza es lo último que se pierde. Se ha vuelto tan trillado, pero es tan verdad...