domingo, 21 de septiembre de 2008

Golpe al corazón

La envolvían las mismas calles, ahora, vacías. Acaba de aspirar la última pitada de su cigarrillo. Lo tiró desinteresadamente y lo siguió con la vista para ver donde acabaría de apagarse. Volvió a fijar la mirada en las calles, mientras llevaba el corazón en sus manos. Sentía la sangre escurrirse por sus palmas que, con el movimiento, llegaba hasta las muñecas. Caminó sin rumbo por la ciudad apagada… sentía ese aroma a invierno próximo, a soledad penetrante.

No deseaba recordar los últimos instantes, pero cuál premonición, las palabras de ese hombre gris le azotaban las paredes de su mente. Se dejó caer en un frío banco de la Plaza 25 de Mayo, se dejó adormecer por el dolor, ahora sólo podía sentir la tibia luz de los faroles y el canto de los grillos insomnes. De vez en cuando se preguntaba si iría a apagarse como aquél cigarrillo que siguió con la mirada.

Se durmió, o quizá sólo quiso creer que cayó en un pesado y blanco sueño donde el hombrecito –ya no gris- le acariciaba, con sus suaves manos, los sentimientos.

Alguna brisa, encaprichada con recordarle su pesar, danzó fuertemente entre la bufanda que le colgaba del cuello, y con ese leve pero triste movimiento despertó de sus deseos.

Volvió a saberse a oscuras, tan –o más- vacía que aquella plaza nocturna. Pero para asegurarse de que no estaba soñando, volvió a mirar a sus manos… el susto le secó la garganta, pues sus manos seguían ensangrentadas pero el blando corazón ya no estaba.

Cuentan algunos grillos que algún extraño se lo robó, otros, entre canto y canto, dicen que a su cuerpo volvió.

La única certeza que tienen los grillos cantores, los faroles encendidos y los bancos fríos es que ella, entre suspiros y balbuceos, esbozó una sonrisa –sin pena- mirando fijo al hondo cielo.

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