domingo, 21 de septiembre de 2008

Virginia

Sus recuerdos se habían esfumado con la brisa otoñal; sus días ya no sabían a dolor; su alma había dejado atrás las lágrimas invisibles y sólo regalaba sonrisas puras al nublado firmamento. Pero la tempestad llena de sentimientos volvió a caer sobre sus hombros dormidos.

Y Virginia creyó en la ilusión una vez más.

Tomó con sus manos aquella gran luz que yacía en su interior pero, ésta, poco a poco se apagó.
Sus ojos volvían a buscar la noche estrellada, y en un sinfín de latidos desesperados llenaba de lágrimas su rostro.
Algún anónimo la vio caer sobre sus sueños y sumergirse en un mar de añoranzas e imposibles. Algún ave sin alma vio a sus alas despedazarse ante el vuelo deseado.

En el silencio de la eternidad, su cuerpo se sintió frío, distante, muerto y sin pena; su alma, deshojada de rencores y quimeras perdidas, no supo esperar y abandono sus anestesiadas alegrías y sus inolvidables tristezas para no volver más.

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